sábado, 16 de diciembre de 2023

Política: vivir o morir

Las clases dominantes pueden quejarse de un gobierno de izquierdas, pueden quejarse de un gobierno de derechas, pero un gobierno no les causa problemas digestivos, un gobierno nunca les destroza la espalda, un gobierno nunca los lleva a ver el mar. La política no cambia sus vidas, o lo hace bastante poco. Esto también es curioso, ellos hacen la política, pero la política apenas tiene ningún efecto sobre sus vidas. Para las clases dominantes, la política es a menudo una cuestión estética: una manera de pensarse, una manera de ver el mundo, de construirse como individuos. Para nosotros, era vivir o morir.

Quién mató a mi padre (2018), de Édouard Louis

viernes, 13 de octubre de 2023

Armando Nogueira, el fútbol y yo, pobrecita

Y el título sería más largo, sólo que no cabría en una única línea.
No leo todos los días a Armando Nogueira —aunque todos los días le dé por lo menos una ojeada rápida— porque “mi fútbol” no me permite entender todo. Aunque Armando escribe tan lindo (no digo solamente “bien”), que a veces, confundida con la parte técnica de su crónica, lo leo sólo por lo lindo. Y ha de ser en una de las crónicas que se me escaparon que salió una frase citada por el Correio da Manhã, entre frases de Robert Kennedy, Fernandel, Arthur Schlesinger, Geraldine Chaplin, Tristão de Athayde y muchos otros, y que me leyeron, por teléfono. Armando decía: “De buen grado yo cambiaría la victoria de mi equipo en un gran partido por una crónica...”, y ahí viene lo sorprendente: sigue diciendo que cambiaría todo eso por una crónica mía sobre fútbol.
Mi primer impulso fue el de una venganza cariñosa: decir aquí que cambiaría muchas cosas que valen mucho por una crónica de Armando Nogueira sobre digamos la vida. Por otra parte, mi primer impulso, ya sin venganza, sigue: lo desafío, Armando Nogueira, a perder el pudor y a escribir sobre la vida y sobre usted, lo cual sería lo mismo.
Pero, si su equipo es Botafogo, no puedo perdonarle que cambie, ni en broma, una victoria suya por una novela mía entera sobre fútbol.
Deje que le cuente mi relación con el fútbol, que justifica lo de pobrecita del título. Soy Botafogo, lo que ya resulta de entrada un pequeño drama que no hago mayor porque siempre quiero retener, como riendas de un caballo, mi tendencia a lo excesivo. Es lo siguiente: no me resulta fácil tomar partido en fútbol —pero, ¿cómo podría aislarme a tal punto de la vida de Brasil?— porque tengo un hijo Botafogo y otro Flamengo. Y siento que estoy traicionando a mi hijo Flamengo. Aunque la culpa no sea toda mía, y ahí aparece una queja contra mi hijo: él también era Botafogo, y así como así, tal vez sólo para agradar a su padre, resolvió un día pasarse a Flamengo. Ya entonces era demasiado tarde para que decidiera, aun con esfuerzo, no tomar partido: yo me había entregado toda a Botafogo, e incluso le había dado mi ignorancia pasional por el fútbol. Digo “ignorancia pasional” porque siento que podría llegar un día pasionalmente a entender el fútbol.
Y ahora voy a contar lo peor: excepto las veces que lo vi por televisión, sólo estuve en un partido de fútbol en la vida, quiero decir, de cuerpo presente. Siento que esto es algo tan anormal como si yo fuera una brasileña anormal.
¿Cuál era el partido? Sé que era Botafogo, pero no recuerdo contra quién. Quien estaba conmigo no despegaba los ojos del campo de juego, como yo, pero entendía todo. Y yo de vez en cuando, aun sintiendo que estaba molestando, no me contenía y hacía preguntas. Las cuales eran respondidas con la mayor prisa y síntesis para que yo no siguiera interrumpiendo.
No, no imagine que voy a decir que el fútbol es un verdadero ballet. Me recordó una lucha entre la vida y la muerte, como de gladiadores. Y yo —probablemente pobrecita de nuevo— tenía la impresión de que la lucha no salía de las reglas de juego y se volvía sangrienta únicamente porque un juez vigilaba, no lo permitía, y mandaría fuera del campo a quien actuara como yo, en caso de que yo jugara (!). Bueno, por más amor que tuviera por el fútbol, jamás se me ocurriría jugar... Preferiría el ballet. Pero, ¿acaso el fútbol se parece al ballet? El fútbol tiene una belleza propia de movimientos que no necesita comparaciones.
Cuando lo miro por televisión, mi hijo botafoguense mira conmigo. Y, cuando hago preguntas, probablemente bien tontas como lega que soy, él responde con una mezcla de impaciencia piadosa que se transforma después en paciencia casi mal controlada, y algo de ternura por la madre que, si sabe de otras cosas, se ve obligada a valerse de su hijo para estas lecciones. También él responde rápido, para no perderse los lances del juego. Y si sigo preguntando de vez en cuando, termina diciendo aunque sin encolerizarse: ah, mamá, tú no entiendes de esto, no vale la pena.
Lo cual me humilla. Entonces, en mi avidez por participar de todo, y tan luego del fútbol que es Brasil, ¿no voy a entender jamás? Y cuando pienso en todo de lo que no participo, Brasil o no, me desanimo con mi pequeñez. Soy muy ambiciosa y voraz para admitir con tranquilidad una no participación en lo que representa vida. Pero siento que no desistí. En cuanto al fútbol, un día entenderé más. Aunque esté, si llego a vivir hasta entonces, viejita y caminando despacito. ¿O cree usted que no vale la pena ser una viejita de esas modernas que tantas veces, por puro prejuicio imperdonable nuestro, llegan al límite de lo ridículo por interesarse por lo que ya debía quedar en el pasado? Es que, y no sólo en fútbol, sino también en muchas otras cosas, yo no querría solamente tener un pasado: querría estar teniendo siempre un presente, y alguna porcioncita de futuro.
Y ahora reitero mi desafío amigable: escriba sobre la vida, lo que significaría usted en la vida. (Si no fuera cronista de fútbol, de cualquier manera sería escritor.) No importa que, en esta columna que pido, usted entre por la puerta del fútbol: eso le facilitaría romper el pudor de hablar directamente. Y más, para facilitárselo: le dejo que escriba una crónica entera sobre lo que el fútbol significa para usted, personalmente, y no sólo como deporte, lo cual terminaría revelando lo que usted siente por la vida. ¿El tema es demasiado general, para alguien que está habituado a una especialización? Lo que me parece es que usted no conoce sus propias posibilidades: su modo de escribir me garantiza que podría escribir sobre innumerables cosas. Avíseme cuando resuelva responder a mi desafío, pues, como le dije, no es todos los días que lo leo, a pesar de tener verdadero gusto en ser su colega en el mismo diario. Quedo a la espera.
Clarice Lispector, 30 de marzo de 1968, Jornal do Brasil

martes, 29 de agosto de 2023

Fútbol, gran rito global, religión sin Dios

¿La timidez de las ciencias humanas frente a los grandes rituales modernos como el fútbol no se debe al hecho de que quienes pueden observarlos y analizarlos están demasiado cerca? ¿Se puede, por ejemplo, disfrutar del fútbol, mirar televisión y dar cuenta del hecho de que, por primera vez en la historia de la humanidad, a intervalos regulares y en horarios fijos, millones de individuos se instalan frente a su altar doméstico para asistir y participar en la celebración de un ritual? Es muy probable, en cambio, que si fueran etnólogos, los hurones y los persas del siglo XX -cuya ciencia moderna nos invita a situar el origen fuera de las fronteras del Sistema Solar-, recién desembarcados, serían sensibles a la regularidad y a la intensidad de los movimientos de masas durante un campeonato de fútbol. Observarían rápidamente que estas concentraciones populares están acompañadas, paradójicamente, por una intensificación del culto doméstico y descubrirían con interés que el drama celebrado en un lugar central es seguido, con la misma fe, en sus hogares por millones de practicantes tan familiarizados con detalles de liturgia que se ponen de pie, exclaman, vociferan y se vuelven a sentar al mismo ritmo de la multitud reunida en el estadio. El gran rito global.

Luego vendrían observaciones más detalladas y estudios más minuciosos; los geógrafos hurones o persas, recopilando los datos de la historia y la demografía, formularían la hipótesis de un espacio social variable de diversas dimensiones para dar cuenta del hecho de que la estructura culto central-cultos domésticos tiene una extensión variable en función de parámetros espaciales y temporales: un partido local menor sólo es acompañado por un comentario televisivo con una finalidad doméstica, mientras que, en el Mundial, en ocasión de un encuentro entre la Argentina y Brasil, es la población de toda la Tierra la que participa en el gran ritual. Los etnólogos, para quienes estos datos macrosociológicos son difíciles de dominar, aportarían, sin embargo, un principio de respuesta a los interrogantes planteados por los geógrafos, al gozar de la confianza de las poblaciones y, utilizando conceptos de totemismo y segmentarismo, harían valer que, de alguna manera, es el grupo el que se presenta a sí mismo en la ceremonia del estadio. Pero los grupos enfrentados, observarían, sólo lo están a un cierto nivel de identificación: puede reconciliarse a un nivel superior contra un adversario que también es presa de esta lógica segmentaria de identificación-oposición. Religión sin Dios.

El juego de los colores o de las representaciones animales corresponde a este doble juego, que también puede percibirse en la organización estrictamente institucional de los campeonatos y, más aún, de las copas regionales, nacionales, continentales y mundiales. Los etnólogos, a esta altura, todavía dudarían de formular su hipótesis central: los habitantes de la Tierra practican una religión única y sin Dios. Sólo tendrían que leer a Durkheim y Las formas elementales de la vida religiosa para admitir que no hay diferencia esencial entre una asamblea de cristianos que celebran las principales fechas en la vida de Cristo o de judíos festejando la salida de Egipto o la promulgación del Decálogo, y una reunión de ciudadanos que conmemoran la institución de una nueva carta moral o algún gran acontecimiento de la vida nacional, y para asombrarse de que los seres humanos puedan ser tan perspicaces y, a la vez, tan ciegos respecto de la naturaleza de su alienación.

Finalmente, no es sorprendente que sean los historiadores los primeros en emprender, de manera sistemática, un estudio del deporte: lo mantienen a distancia, se podría decir, por definición, y lo observan desde su nacimiento, analizan sus primeras transformaciones y se abocan a descifrar su sentido. Numerosas publicaciones dan testimonio del interés que genera el más popular de los deportes de masas, el fútbol; pero muchas de estas publicaciones dan más cuenta del placer más o menos elaborado que experimentan ciertos espíritus o de la pasión más o menos informada de los especialistas de profesiones emparentadas o paralelas, que de una observación cuidadosa, objetiva y sistemática de los hechos.

La antropología religiosa recién tuvo existencia científica cuando dejó de ser el monopolio de los misionarios u otros profesionales de la religión: es hora de que la sociología del deporte salga de las revistas deportivas. Por más respeto que uno le tenga a los ministros del culto, a los comentaristas deportivos o a los árbitros de fútbol, hay que admitir que ellos forman parte del objeto de estudio y no sabrían, como tales, ser sus observadores privilegiados. Lejos de nosotros, sin embargo, está la idea de que el calor de una experiencia íntima, la emoción fugitiva ligada a un recuerdo personal no pueda ayudar, en estas cuestiones, a imaginar y comprender los resortes de la eficacia simbólica. El fútbol constituye un hecho social total porque está relacionado con todos los elementos de la sociedad, pero también porque se puede analizar desde diferentes puntos de vista. Su naturaleza es doble: práctica y espectáculo. Práctica suficientemente expandida por ser considerada en sí misma un fenómeno masivo. Espectáculo bastante atractivo para que el número de espectadores aumente y para que los días de la semana se vean afectados con antelación o a posteriori (por las conversaciones, los comentarios, la lectura de las crónicas).

El espectáculo de fútbol se convirtió en algo de todos y no puede estar destinado a un grupo particular que, según los puntos de vista, encontraría allí la imagen de su propia cohesión o el espejo de su alienación. En este sentido, el fútbol funciona como un fenómeno religioso y como ritual. Podríamos decir que la relación entre deporte de masas y religión no tiene nada de metafórico. El hecho de que sus funciones sociales puedan interpretarse, según las circunstancias, de manera diversa y hasta contradictoria lo acerca más al fenómeno religioso. Y, como sucede con todo ritual, uno espera que se produzca: que llueva, que se detenga la epidemia, que las cosechas sean buenas y los dioses, favorables.

El ritual se repite pero inaugura, da comienzo a la espera. En el ritual deportivo, esta espera se consuma con la celebración misma. En África, por ejemplo, la protección mágica del arco y del arquero, la consulta a los adivinos y el embrujamiento de los jugadores son prácticas bien conocidas de las que los europeos se burlan -aunque con más discreción cuando se trata de los brasileños y los argentinos que se persignan al entrar a la cancha, sin duda porque marcan más goles-. Tal vez Occidente esté frente al avance de una religión sin que todavía se haya dado cuenta.

"¿Deporte o gran ritual moderno?", de Marc Augé, etnólogo y director de estudios de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Clarín y Le Monde Diplomatique, 1998. Traducción de Claudia Martínez.

viernes, 19 de mayo de 2023

Todos los artistas tienen un centro

Uno no necesita ser un monstruo, o sentirse uno, para exigir dos o tres horas de privacidad total de tanto en tanto. Este esquema debería convertirse en un hábito, y el hábito, como la propia escritura, una forma de vida. Debería convertirse en una necesidad; de ese modo uno podrá trabajar y siempre podrá hacerlo. Es posible pensar como un escritor toda la vida, querer ser un escritor, y sin embargo escribir con infrecuencia, debido a la pereza o a la falta de hábito. Semejante persona puede escribir relativamente bien cuando escribe -esa clase de gente suele ser muy buena corresponsal- e incluso vender algunos escritos, pero lo dudo. La escritura es un arte y necesita una práctica constante.
"La pintura no es una cuestión de soñar, o estar inspirado. Es una artesanía, y se necesita de un buen artesano para hacerlo bien". Eso lo dijo Pierre Auguste Renoir, y viniendo de un artista y maestro creo que vale la pena recordarlo.
Y esto dijo Martha Graham sobre el arte de la danza: "Es una curiosa combinación de técnica, intuición y, debo decirlo, impiedad, y un algo hermoso e intangible llamado fe. Si no posees esta magia, puedes hacer algo bello, puedes hacer treinta y dos piruetas, pero no importa. Esto de lo que hablo, nace contigo. Es algo que puedes hacer que brote en una persona, pero no puedes instalarlo en ella, no puedes enseñarlo".
Renoir habla de lo artesanal, Martha Graham del talento, el gusto, el genio. Ambos deben ir juntos. La técnica sin talento carece de júbilo y sorpresa, no hay nada original. El talento sin técnica, en fin, ¿cómo puede el mundo llegar a verlo?
Grandes músicos y escultores y actores han hecho declaraciones similares; todas las artes son una, todos los artistas tienen un centro y no es muy disímil, y es sólo un accidente el que determina si un artista se vuelve músico, pintor, o escritor. Todo el arte se basa en el deseo de comunicarse, el amor por la belleza, o una necesidad de crear orden del desorden.
 [Patricia Highsmith, Suspense: cómo se escribe una novela de intriga, 1966]

martes, 27 de diciembre de 2022

Nunca se recuerdan los porqués

Foto: Natacha Pisarenko.

El 16 de junio de 1871, en la trastienda del café de Verdun, poco antes del mediodía, el manco acertó un golpe a cuatro bandas imposible, con efecto de retorno. Baldabiou permaneció inclinado sobre la mesa, una mano detrás de la espalda, la otra aferrada al taco, incrédulo. 
—Pero bueno. 
Se levantó, dejó el taco y salió sin despedirse. Tres días más tarde, partió. Regaló sus dos hilanderías a Hervé Joncour.
—No quiero saber nada más de la seda, Baldabiou. 
—Véndelas, idiota. 
Nadie consiguió sacarle adónde diablos tenía previsto ir. Y a hacer qué, tampoco. Se limitó a decir algo sobre Santa Inés que nadie entendió bien. 
La mañana en la que partió, Hervé Joncour le acompañó, junto con Hélène, hasta la estación de tren de Avignon. Llevaba consigo una sola maleta, y esto también era relativamente inexplicable. Cuando vio el tren, parado en el andén, depositó la maleta en el suelo. 
—Una vez conocí a uno que se había hecho construir una vía de ferrocarril sólo para él. 
Dijo. 
—Y lo mejor es que se la había hecho construir toda recta, centenares de kilómetros sin una curva. Había incluso un porqué, pero no lo recuerdo. Nunca se recuerdan los porqués. En fin, adiós. 
No estaba hecho para las conversaciones serias. Y un adiós es una conversación seria. 
Le vieron alejarse, a él y su maleta, para siempre. 
Entonces Hélène hizo algo extraño. Se separó de Hervé Joncour y corrió tras él hasta alcanzarle, y le abrazó fuerte, y mientras le abrazaba, rompió a llorar. 
No lloraba nunca, Hélène. 
Hervé Joncour vendió a un precio ridículo las dos hilanderías a Michel Lariot, un buen hombre que durante veinte años había jugado al dominó, cada sábado por la noche, con Baldabiou, perdiendo siempre, con granítica coherencia. Tenía tres hijas. Las dos primeras se llamaban Florence y Sylvie. Pero la tercera, Inés.

Seda, Alessandro Baricco, 1996 / Foto: Natacha Pisarenko.

jueves, 20 de octubre de 2022

Víctima

Mateo y Blixen, sobrino y gata.


Es tan bueno quejarse. Pero, ¿y cuando el hechizo se vuelve contra el hechicero? Es decir, empiezas por exagerar un poquito aquí, un poco allí, porque ves que no impresionas lo suficiente y quieres conseguir la comprensión que mereces. Pues bien: exagera un poco aquí, exagera un poco allí y el hechizo se volverá contra el hechicero cuando tú, sin darte cuenta, empieces a creértelo. Y, sin comprender cómo, pasas a ser una víctima profesional.

Una víctima profesional obtiene algún placer. El placer de llamar la atención, el placer de recibir piedad. Pero ese placer, con el tiempo, va siendo cada vez más difícil de conseguir. Primero porque la gente se va cansando y lo máximo que da es una piedad distraída. Segundo, porque la víctima habitual poco a poco se va convenciendo de su infelicidad y ya no hay consuelo que la consuele.

Y, además, está lo siguiente: ser víctima profesional acaba marcando la cara como de víctima, se empieza a tener un aspecto lamentable… Y nadie lo lamenta, solo tú misma.

[Clarice Lispector, 1960]

Ver repentinamente que estás o has estado apegado a tu dolor puede ser muy impactante. En el momento de darte cuenta, ya has roto el apego.

El cuerpo-dolor es un campo energético, casi como una entidad, que se ha alojado temporalmente en tu espacio interno. Es energía de vida que se ha quedado atrapada, energía que ya no fluye.

Por supuesto, el cuerpo-dolor existe por ciertas cosas que ocurrieron en el pasado. Es el pasado vivo en ti, y si te identificas con el cuerpo-dolor, te identificas con el pasado. Tener identidad de víctima es creer que el pasado tiene más fuerza que el presente, que es lo opuesto a la verdad. Es creer que otras personas, y lo que te hicieron, son responsables de quien eres ahora, de tu dolor emocional y de tu incapacidad de ser tú mismo.

La verdad es que el único poder existente está contenido en este momento: es el poder de tu presencia. Cuando lo sabes, también te das cuenta de que ahora mismo eres responsable de tu espacio interno —nadie más lo es— y de que el pasado no puede prevalecer ante el poder del ahora.

[Eckhart Tolle, 1999]

martes, 4 de octubre de 2022

El tatuaje de Diego

Distrito de Materdei, corazón de Napoli. Dos chicos juegan a la pelota en la canchita del Je so' pazzo, un centro social recuperado que había sido comisaría y hospital psiquiátrico.

–¿Quién es ese? –le pregunta uno al otro.
–¡Es Diego!
–¡Ya sé! El otro.
–Ah, el tatuaje de Diego.

"Je so' pazzo". "Estoy loco".

viernes, 23 de septiembre de 2022

El autor sin ego

Me resulta inútil seguir ofreciendo al público el “autor”. En Venecia, cuando obtuve el premio del León de Oro, dije que probablemente solo merezco la melena de este león, y tal vez la cola. Todo lo que está en el medio debe ir a todos los demás que trabajan en una imagen: las patas al director de fotografía, la cara al editor, el cuerpo a los actores. No creo en la soledad del artista y del autor con mayúscula. En general, existe hoy una tendencia a considerar los problemas del director sin pensar que detrás de él hay muchas otras figuras igualmente importantes en la realización de la película.

Jean-Luc Godard en la revista Film Quarterly, 1983

martes, 26 de julio de 2022

Desde adentro

En el Parque Lezama, un rato antes de entrar a La Bombonera, les cuento a mis amigos que lo hablé con la psicóloga: que es dar un paso. “Como cuando estás en el andén -le había exagerado- y viene el tren”. Un amigo da en la tecla: me dice que es lo más cerca que voy a estar de jugar en Boca. Cuando entré a la cancha, y me paré detrás del arco de La 12, no pensé en dar ningún paso: perdí la noción del tiempo dentro de una nube de humos y de gritos.

El primer tiempo del 3-1 a Estudiantes lo vi junto a un alcanzapelotas. Vázquez metió el centro adelante nuestro en el gol de Pol, el 1-0. “¿De qué jugás?”, le pregunté sin dejar de mirar el partido. “De 5”, me dijo. Categoría. “Octava”. Apellido. “Moyano”. Se limitaba a responder, hasta que me dijo: “¿Sabés cuál es mi nombre? Blas…”. Yo también jugaba de 5 en las inferiores (de Morón). Yo también fui alcanzapelotas. No se lo dije: quería escucharlo, no pecar de nostalgia viejo choto. Si algo aprendí en el periodismo es que no soy el protagonista, aunque ahora sí. Me lo guardé: mareo, nudos en el cuerpo, afloje: un par de lágrimas felices. Le señalé, sí, que la tribuna de La 12 se llama Natalio Pescia, un 5 de Boca al que le decían “Leoncito” (hay que trabajar la identidad bostera lacerada en los largos años macristas). Miré el palco de Riquelme. No estaba. Identifiqué al Negro Martínez. Y le metí un codazo a Blas: “¡Mirá quién está!”. Era Giunta. Blas.

Los carteles de publicidad tiemblan cuando La Bombonera late. Los futbolistas no se escuchan a más de 15 metros (el arquero Andújar puede dar fe). Los suplentes del equipo visitante miran boquiabiertos a las populares de Boca. Los nenes se cuelgan de los alambrados y se sostienen sobre buzos anudados. Los jugadores no se chocan tan fuerte como nos engaña la TV. Le pegan con un efecto cuya clave reside en el sonido: el golpe a la pelota y el beso a la red.

El vainazo de Marcos Rojo lo certificó en el 2-0. Alguien saltó al campo de juego a festejar el gol con los futbolistas. Rojo empujó al seguridad que había cazado al invasor. Era un niño, el sobrino de Rojo, nos enteramos después. Los pocos que sabían que iba a ver un partido de Boca desde adentro temieron lo peor.

domingo, 1 de mayo de 2022

No me importan un carajo vuestros sentimientos

(...)
La señora Bevins nos pidió a Karate y a mí que rellenáramos un cuestionario mientras los demás leían sus trabajos en voz alta. Pensé que las preguntas serían sobre nuestros estudios y nuestro historial delictivo, pero eran cosas tipo «Describe tu habitación ideal». «Eres una cepa. Descríbete como cepa».
Nos pusimos a escribir, pero presté atención mientras Marcus leía una historia. Marcus es un tipo sin escrúpulos, indio, un auténtico criminal. Había escrito una buena historia, sobre un crío que ve cómo unos paletos le dan una paliza a su padre. Se titulaba «Cómo me convertí en cherokee».
—Es un relato magnífico —dijo la profesora.
—Es una puta mierda. Ya lo era cuando lo leí la primera vez no sé dónde. Nunca conocí a mi padre. Me figuré que es la clase de patraña que quiere que le contemos. Seguro que se corre viva pensando cuánto ayuda a los desgraciados como nosotros, víctimas de la sociedad, a conectar con nuestros sentimientos.
—No me importan un carajo vuestros sentimientos. Estoy aquí para enseñar a escribir. De hecho, podéis mentir y aun así decir la verdad. Esa historia es buena, y suena verdadera, venga de donde venga.
La profesora iba reculando hacia la puerta mientras hablaba.
Odio a las víctimas —dijo—. Y desde luego no pienso ser la tuya. Abrió la puerta y les pidió a los guardas que se llevaran a Marcus al módulo.
—Si esta clase va como ha de ir, lo que haremos será confiar nuestras vidas a los demás —dijo.
Nos explicó a Karate y a mí que la consigna era escribir sobre el dolor.
—Por favor, CD, lee tu historia.
Cuando acabó de leerla, la señora Bevins y yo nos sonreímos. CD sonrió también. Fue la primera vez que lo vi sonreír de verdad, dientes blancos y pequeños. La historia iba de un hombre joven y una chica que miran el escaparate de una tienda de trastos viejos en North Beach. Hablan sobre la quincalla, el retrato antiguo de una novia, unos zapatitos, un cojín bordado.
El modo en que describía a la chica, sus muñecas finas, la vena azul de su frente, su belleza e inocencia, te rompía el corazón. A Kim se le saltaron las lágrimas. Es una puta joven de Tenderloin, una zorra de cuidado.
—Vale, está muy bien, pero no hay dolor —dijo Willie.
—Yo he sentido el dolor —dijo Kim.
—Y yo también —dijo Dixie—. Mataría por que alguien me viera así.
Todo el mundo empezó a discutir, diciendo que hablaba de la felicidad, no del dolor.
—Es de amor —dijo Daron.
—De amor, nada. Él ni siquiera la toca.
La señora Bevins pidió que nos fijáramos en todos los recuerdos de gente muerta.
—La puesta de sol reflejada en el vidrio. Todas las imágenes evocan la fragilidad de la vida y el amor. Esas muñecas finas como juncos. El dolor está en la conciencia de que la felicidad no durará.
—Sí —dijo Willie—, excepto que con esta historia él la injerta de nuevo.
—¿Qué hablas, negro?
—Es de Shakespeare, hermano. Eso es lo que hace el arte. Congela su felicidad. CD puede recuperarla cuando quiera, solo con leer esa historia.
—Ya, pero no se la va a follar.
—Lo has captado perfectamente, Willie. Juro que esta clase comprende mejor las cosas que cualquiera donde he enseñado —dijo la profesora.
Otro día dijo que había poca diferencia entre la mente de un criminal y la mente de un poeta.
Es una cuestión de superar la realidad, de crear nuestra propia verdad. Vosotros tenéis ojo para el detalle. Dos minutos en una habitación bastan para sopesarlo todo y a todos. Oléis una mentira a la legua.
(...)
—Escribir no es una competición. Solo consiste en que lo que haces sea cada vez un poco mejor.
(...)
—De acuerdo, lo admito. Creo que todos los profesores ven eso a veces. No se trata simplemente de inteligencia o de talento. Es cierta nobleza de espíritu. Una cualidad que haría a alguien ser grande en cualquier cosa que se propusiera.
(...)
"Y llegó el sábado", Manual para mujeres de la limpieza, Lucia Berlin