viernes, 11 de noviembre de 2011

Román

Ese domingo estaba en una calle empedrada de Banfield.
A la sombra de algunos árboles.
Era noviembre.
Tenía siete años.
Mi abuela había sido derivada a una clínica de ese mundo desconocido.
Mi mamá, con ella.
Y yo con mi viejo, en la vereda, escuchando Boca-Unión por la radio.
Le pregunté: "Pa, ¿es el Riquelme de Videomatch?".
Muchas cosas cambiaron.
La magia de Román, no.

Por una cuestión de edición, espacio y urgencia se publicó esto en Tiempo Argentino. Me quedaron cosas afuera y otras, en el vértigo y apuro del cierre, se entreveraron y salieron mal. Abajo va una nueva edición, algo más robusta y plausible, como siempre, a retoques.
Un rato de libertad en la cárcel
La Ruta Provincial 53 tiene una extensión de 29 km, abarca a seis partidos de la provincia de Buenos Aires y a un contraste que desemboca en seis complejos con tapias de cemento. Es así: después del centro de Florencio Varela hay, a un costado, construcciones precarias, chozas de chapa y una feria barrial en la que se venden y cambian cosas para vivir -comidas, colchones, antenas de DirectTV-; más allá, a pocos metros, casas quintas y barrios privados por construir; y al final, escondidas y alejadas, lo que genera eso: las Unidades del Servicio Penitenciario 23, 24, 31, 32, 42 y 54, que es la última y está al fondo, entre pastizales, viveros y campos sembrados. Ahí, en esa porción del Conurbano bonaerense, doce internos de diferentes presidios se calzaron un par de guantes y fueron libres por ese rato. Cinco, incluso, ya tienen licencia amateur. Y todos encontraron en el boxeo una herramienta de liberación y enseñanza.
-Es la segunda vez que peleo en una cárcel. Tengo nueve peleas. Una privado de la libertad y las demás en la calle. Cuando salga ahí afuera, en ese momento, voy a sentir la pasión hacia el deporte: no estoy privado de mi libertad. Trato de trabajar bien y de hacerle caso a mi maestro.

Mientras Daniel Maidana habla, Jorge Molina le venda las manos. Él es su maestro. Él hace tres años y nueve meses que trabaja con los chicos de la 23 y la 42. “Por pasión”, simplifica y calla. Cinco segundos después, mirará las manos de Daniel y dirá lo siguiente; se lo dirá: “Hay que querer esto para seguir, porque yo no tengo nada. No tengo un sueldo, un subsidio, una beca. Nada. Como dicen los chicos que están privados de su libertad, vengo a pulmón”. Molina dice que los ayuda en la parte social y mental y que lo que obtiene como recompensa es impagable. “A mí -interviene Maidana- el boxeo me descarga mucho. A veces tengo problemas con mi familia afuera y no puedo solucionarlos. En otro tiempo terminaba dándome la cabeza contra la pared. Y hoy voy y me descargo con la bolsa. Además, tengo ciertos privilegios gracias al boxeo, como vivir en un pabellón tranquilo. También mejoró mi conducta y salgo a correr cuando yo quiero”.
Afuera de las escuelas que funcionan como vestuarios, las personas enviadas por Jorge “Locomotora” Castro están armando un ring. Lo sitúan en el centro neurálgico. A un lado, el pabellón femenino; al otro, el masculino. La mayoría de las y los internos allí alojados purgan una pena por un delito menor -robos- y fueron destinados ahí para no mezclarlos con viejos presos y, de esta manera, facilitarles el regreso a la libertad.
De repente, hay corridas. Agentes armados aceleran el tranco y cruzan miradas. El fotógrafo, subido en el último escalón de una de las tribunas, mira. La cámara le pide; una veintena de policías ingresan al anexo de las mujeres. “Yo que vos no saco, eh”, le sugiere, desde abajo, un guardiacárcel. El incidente pasará y los internos ocuparán las gradas. Uno fumará un cigarrillo y exhalará el humo a un cielo nuboso y amenazante. Algunos comerán un alfajor Guaymallén con los ojos concentrados en las peleas. Una y uno coincidirán en un rincón para darse mimos. Otros, en cambio, se enviarán mensajitos con las manos. Todos se reirán cuando Locomotora Castro amague a sacarse el short luego de revolear una musculosa y las vendas a las populares.

Al festival llegaron cuatro púgiles de Dolores. El responsable de que se practique boxeo en la Unidad 6 es Sergio Lauría, un ex profesional. “Soy vigilante, guardiacárcel. Hace dos meses que estoy entrenándolos porque pasé a trata mental, es decir que ya no es tanto abrir y cerrar candados. El deporte es fundamental para ellos, que están detenidos. Por ahí en el futuro salen y se dedican a esto". A esto se quiere dedicar Jonathan Flores, quien está preso en la Unidad 42 y acaba de cruzarse a la 54. Jonathan tiene un referente a mano. Héctor Ricardo Sotelo, un ex campeón argentino que estuvo en los Juegos Panamericanos de Mar del Plata 1995, hasta hace tres años estaba preso en la 42. Ayer fue a ver el festival. “Sotelo, a través del boxeo, se fue de la cárcel”, dice Jonathan. “Quiero salir y estar de nuevo con mi familia, reintegrarme a la sociedad a través de este deporte, que me ayudó a cambiar todo: la forma de pensar, tu ira, tu bronca”. Le resta un año y dos meses para tener la libertad transitoria. Cayó por robo calificado en 2007. Cuenta que nadie daba una moneda por él, que empezó de cero y que aprendió a boxear adentro. Admira a Sergio “Maravilla” Martínez y cursa el secundario en el penal.
Cuando faltan dos combates para cerrar la velada de la tarde, el relator poetiza: “Está empezando a lagrimear el cielo”. Mientras las peleas se suceden, Castro le firma autógrafos a internos y guardiacárceles. Los relámpagos, al final, se hacen agua. Es una tormenta mínima pero caudalosa. Algunos desmontan el cuadrilátero. La mayoría se refugia en las escuelas-vestuarios. Los presos forman filas en los anexos. Para. Sale el sol. Nace un arco iris espléndido. Y es nítido porque el aire, acá, no está contaminado como en la gran ciudad. Y no es una tonta metáfora ni un giro literario con el clima. La escritora estadounidense Joyce Carol Oates lo dejó inscripto. “No creo que el boxeo sea metáfora de algo. Sí podría aceptar que la vida es una metáfora del box”.
Las imágenes que ilustran la crónica son del compañero fotógrafo Daniel Baca, con quien soportamos al remisero más impertinente del mundo en el viaje a la Unidad 54 de Florencio Varela. Gracias, Dani.