jueves, 13 de octubre de 2016

Gud

Gracias, Virumancia.
Goodfellas se acerca manso al costado de la reposera, moviendo la cola. Se cuida de poner la trompa arriba de la mesita y hacer peligrar la estabilidad de la botella de cerveza.

-Buen muchacho, Gud, buen muchacho.

Desde que leyó que el lobo es el macho alfa por excelencia del reino animal, y no por mostrar los colmillos y guerrear con los otros, Ezequiel quiso tener un ovejero alemán, lo más parecido a la locura de tener un lobo en el parque de la casa. Ahora lo acaricia, le estira los ojos hacia atrás, y lo mira fijo. El silencio los hace poderosos. De pronto, se distrae con un bicho que se posa sobre su pie derecho descalzo. Ezequiel patalea. Acto seguido, empina el chop y mira al cielo.

Gud le jadea. Si pudiera definir la felicidad, diría más tarde que es eso: la cerveza refrescándolo, el calor de noviembre en el aire, el perro haciéndole sentir que aunque piense que el precio de la libertad es la soledad, está ahí para acompañarlo. Gud sale disparado hacia la pared del fondo. "Debe ser ese gato", se dice Ezequiel, que ha visto a ese gato lastimado caminar por los vidrios de las medianeras y abajo del motor de la camioneta.

Desde adentro de la casa, se escucha que Ayelén pone esa canción de New Order que tanto le gusta. A él nunca le llamó la atención, pero mientras ella se acerca y le dice que la próxima le toca a él armar la picada, le suena mucho mejor, le agrada. Debe ser por eso del nuevo orden, aunque suene estúpido, o porque Gud vuelve y le sonríe. A la distancia, Ezequiel le tira un pedazo de queso, como si fuera un delfín premiado de Mundo Marino.

-Buen muchacho, Gud, buen muchacho.

Ayelén le advierte que la termine con ese latiguillo, y le vuelve a llenar el vaso de cerveza a punto.