miércoles, 27 de diciembre de 2017

Un maldito cumpleaños

Por Enrique Symns
"No voy a involucrarme en el bochorno de una película sobre Luca. Es ir con una pala a desenterrar a los muertos, son cuestiones necrofílicas, hay una enfermedad que hace mover a los muertos de su lugar de descanso, es ir a molestar, como los gringos que se metían en los cementerios sagrados. Cada vez que vienen con algún proyecto, digo: 'Otro más que viene a mover el cajón'". (Ricardo Mollo)
Atardecer, 22 de diciembre de 1987.
Salimos con Vera Land de la redacción de Fin de Siglo, en Caballito, y nos zambullimos en la mesa de la ventana del bolichón que estaba justo en la esquina. Fue y será así. Jamás hemos trabajado en una redacción que no tuviera a menos de 50 metros un boliche. Escribir un rato para calmar a Dios y mandarse al bar para encontrar al diablo.
Vera se pidió un pebete de jamón y queso y lo revisó con esa expresión de otorrinolaringóloga que ponía cuando sospechaba del contenido del pebete. Como en una autopsia, lo abría y revisaba minuciosamente extirpando con el bisturí de sus uñas puntitos negros, hebras casi invisibles de grasa y otras microscópicas basurillas. Yo comenzaba a beber lentamente mi primera ginebra preparándome para la fiesta de esa noche en Caras más Caras. Así son las escenas de la vida cotidiana cuando estás por recibir un latigazo. Un vecino en pijama saliendo a la puerta entredormido, al amanecer, justo el día que explota el sol.
Ese 22 de diciembre yo cumplía 42 años y todos los amigos se reunían a festejar un nuevo aniversario de mi envejecimiento en aquel legendario antro que era Caras.
Carlos Aznárez cruzó la calle con el rostro demudado y por la ventana dio el latigazo.
-Llamó la Negra Poly... Se murió Luca.
Las noticias fatales se parecen a los balazos, dicen que no sentís nada hasta que pasa el tiempo.
Esa noche en Caras más Caras mi cumpleaños se convirtió en un festín macabro.
Fue una noche tétrica. Recuerdo claramente que esa misma noche todos sabían que Luca había muerto de una sobredosis y no de catarro. De un pico y no de una indigestión de ñoquis. Era una burla del destino: un tano había venido a Buenos Aires a morir como Jim Morrison, como Jimi Hendrix. Un tano patasucia (literalmente, Willy Crook sostenía que sus pies olían a pedos de mamut) tuvo que atravesar la espesa pared moral de esta ciudad donde los viejos vinagres a veces tienen 20 años, con la energía descabellada de su música, con el desparpajo de un conquistador, con la certeza de quien porta una tormenta. Un tano que se disfrazaba de bruto, un animal caliente que rápidamente percibió la reptil frialdad de los porteños, un compositor que en cuatro años escupió la música más enérgica, guerrera y original que habíamos escuchado hasta ese momento. Ante la displicencia y rechazo de los talentos nacionales, Luca se robó el corazón de todos los jóvenes de corazón joven de cualquier edad y jamás lo devolvió hasta hoy. Luca ni siquiera necesitaba cantar: con caminar por Corrientes ya se bamboleaba la calle. Los popes y futuros popes no se lo bancaron: ni el Indio Solari ni Spinetta ni Charly. Ninguno de ellos comprendió que la magia es energía que despiden ciertas almas: no importa cómo toquen o destoquen esas estúpidas guitarras y esos cretinos pianos que nos torturan a cada rato por diestra y siniestra en este ruidoso show que es hoy el planeta. Ni yo me di cuenta, pegoteado como un ciego a Los Redondos.
Lo puteábamos esa noche de Caras más Caras por abandonarnos y lo seguimos puteando todavía hoy. Pero más que todo me acuerdo que la Negra Poly (que lo quería mucho en su estilo Magnum), con su tono marcial iraqués recalcó varias veces.
-Luca fue el único músico de la historia que puso todas las canciones a nombre de toda la banda...
Un hombre excepcional se caracteriza por gestos excepcionales: ¿cómo voy a firmar abajo de estas líneas como si me perteneciera cualquier discurso que manda mi cerebro? ¿Cuál es la función de apropiarse de lo que emana el alma sino aprovecharse de esa lotería del caos que elige azarosamente a ciertos idiotas para expresarse a través de ellos? ¿Cómo no compartir el dinero y las ventajas con quienes se comparte el viaje si se desea tener compañeros de ruta y no empleados públicos contratados?
Esa noche alguien también dijo (y creo que fui yo o capaz que Lupo) una frase letal que tenía una clara referencia al secreto (hasta hoy oculto) de su muerte.
-Huyendo de una heroína lo mató la Argentina.
El flash lisérgico de Luca nos duró varios años hasta que nos dimos cuenta de que su energía se esfumaba y la fiesta se terminó.
Cuando se esfuman tipos como Luca o como Batato Barea, se pierde una guerra.
Todo lo que sigue después son los ritos mediocres de la cultura. Sin la magia, el mundo despierta mirando un escenario, leyendo libros, yendo al teatro o al cine. Todo vuelve a ser un maldito show, una estúpida sala.
Sin magia, la música, el teatro, la poesía son buenas formas de ganarse la vida y la gente "muy talentosa" se encierra en los laberintos de sus propios piropos.
Así como siento un placer estilo Genet al traicionar la intimidad de todos los famosos tipos que he conocido, detesto contar anécdotas de los que se fueron. Voy a contar una sola. ¿Cómo podrá entender el cerebro de un guardarropa que un tipo que se inyectó heroína, que se tomó toda la merca y el alcohol no se merece un destino de "llevemos a tu mamá a pasear a Florianópolis"? Luca iba a Alcohólicos Anónimos. La redacción de El Porteño, en Cochabamba y Piedras, tenía un bolichazo, y ahí lo encontraba yo a las nueve o diez de la mañana recién salidito de AA. Al toque me desayunaba una ginebra, y contento de que yo lo incitara, el pelado, después de la sexta o séptima ginebra y el cuarto saque puteaba la cura de la cura que lo obligaba a arrepentirse del éxtasis que lo aprisionaba: "¿Querés otra ginebrita, Luca? Amo el fracaso del que quiere enderezarse".
Los que se enderezan, levantan la vista y ya no ven más el mundo, se casan con un auto, tienen romances con el supermercado, se eligen la llave perfecta para que cierre la puerta y respiran hondo, como si toda su vida hubiera sido un error, como si ese ser miserable hubiera estado siempre oculto bajo el disfraz del agachado.
En un pueblito llamado Lota, en el sur de Chile, un pueblo minero abandonado, en la pared de una casucha dice: "Luca vive". Todos cuentan anécdotas de Luca, todos estuvieron con él en alguna parte. Y esas pintadas no se equivocan. Ciertos animales bellos y calientes, ciertos duendes quedan palpitando por la eternidad en los corazones que alimentaron con su luz.
No fui su amigo y lamentablemente ni siquiera acepté compartir escenario con él.
Cuando se resintió severamente con Los Redondos yo me puse del otro lado, del lado equivocado.
Todos los malditos 22 de diciembre que vuelvo a cumplir años sólo recuerdo esas mañanas en el barcito atorrante de San Telmo, cuando a las ocho o nueve de la mañana nos zampábamos esas seis o siete ginebras, hablando tonterías (nos poníamos tremendamente tímidos), como dos niños jugando un juego imposible: jubilarse de adulto.
La última vez que lo vi fue en el Parakultural, con su formación Luca y los Apestosos. Me dijo eufórico.
-Sumo me tiene podrido... Este es un país de putos, sabés qué banda voy a hacer: Todos Tus Trolos.
Estoy seguro que existe el horno. Y allí nos vamos a encontrar. No seremos muchos para ese recital. Capaz que además del horno, también hay un freezer para que allí se congele todo el trolaje argentino del rock 'n' roll.
Diciembre de 1997, a diez años de la muerte de Luca Prodan, en la revista Mix.