jueves, 19 de abril de 2018

La petite mort del fútbol

Después de salir campeón con España del Mundial Sudáfrica 2010 -de meter el gol en la final ante Holanda-, Andrés Iniesta y sus compañeros vinieron a Argentina a jugar un amistoso con la Selección. Era septiembre. Habían pasado menos de dos meses. En esos días, Luis Martín entrevistó a Iniesta en un hotel porteño. Quizá por la lejanía y las horas fuera de casa, por los momentos que quedaban atrás después de la Copa del Mundo, por la nostálgica Buenos Aires, en un instante, el periodista le dijo a Iniesta que Pep Guardiola decía que la gente los quería porque ganaban, pero también porque eran buenas personas.

La devolución fue un pase gol, que es la petite mort del fútbol.

—No tengo la sensación de que a Pedro o a Busquets les cueste ser como son. Ni a Xavi, ni a Iker, ni a Capdevila, ni a Reina... No sé... No es difícil hacer cosas normales que hace todo el mundo. Si la gente lo agradece, lo celebro. Pero no es algo que ni a mí ni a los jugadores con los que vivo en el Barcelona o en la selección nos genere demasiado problema. Somos gente que nos gusta volver al pueblo en el que crecimos, estar con nuestros amigos de siempre... A mí no me cuesta ser como soy. Es que soy como me sale, como me educaron mis padres. Y también, mucho, cómo me educaron en el Barcelona. Soy lo que soy gracias a mis padres, pero en La Masía creces rápido y vives a velocidad de crucero. Es imparable. Pero resulta imposible que pierdas según que valores. Mire, cuando tenía 12 años, mi padre ahorró durante tres meses para comprarme unas botas Predator. Puede que ahora tenga dinero, pero cada vez que miro aquellas botas sé de dónde vengo.

miércoles, 4 de abril de 2018

"Escribo mis novelas en tarjetas que reescribo muchas veces"

PH: Carl Mydnas/Time & Life Pictures.
Playboy: ¿Es cierto que usted escribe de pie y que prefiere hacerlo a mano en lugar de dactilografiar sus obras?
Nabokov: Sí. Nunca aprendí a escribir a máquina. Generalmente comienzo mi día frente a un hermoso y antiguo podio que tengo en el estudio. Más tarde, cuando siento que la fuerza de la gravedad me mordisquea las piernas, me instalo en un sillón cómodo frente a un escritorio común; y finalmente, cuando la gravedad comienza a treparme por la columna, me recuesto en un sofá en un rincón de mi pequeño estudio. Me resulta una rutina agradable. Pero cuando era joven, cuando tenía veinte años o poco más de treinta, a menudo me quedaba todo el día en cama, fumando y escribiendo. Ahora las cosas han cambiado. La prosa horizontal, los versos verticales y las glosas sedentarias truecan permanentemente los calificativos y estropean la aliteración.
Playboy: ¿Puede decirnos algo más acerca del proceso creativo involucrado en el nacimiento de un libro? Quizá leyendo algunas anotaciones al azar o algunos extractos de una obra en creación...
Nabokov: Decididamente no. Ningún feto debe ser sometido a una operación exploratoria. Pero puedo hacer otra cosa. Esta caja contiene tarjetas con anotaciones realizadas en épocas más o menos recientes y que descarté cuando escribí Pálido Fuego. Se trata de un puñado de rechazos. Le leeré algunas. (Comienza a leer las tarjetas).
“Selene, la luna. Slenginsk, una antigua ciudad de Siberia: ciudad cohete a la luna”... “Grano: protuberancia negra en el pico del cisne mudo”... “Gata peluda: pequeña oruga que prende de un hilo”... “En The New York Bon Ton Magazine, volumen cinco, 1820, página 312, las prostitutas son llamadas 'muchachas de la ciudad'”... “Sueños juveniles: calzoncillos olvidados; sueños de viejo: dentaduras olvidadas”... Un estudiante explica que al leer una novela le gusta saltearse algunos pasajes “para poder hacerse una idea propia acerca del libro sin verse influenciado por el autor”... “Naprapathy: la palabra más fea del lenguaje”.
Playboy: ¿Qué lo lleva a registrar y coleccionar esas cifras e impresiones tan inconexas?
Nabokov: Lo único que puedo decirle es que durante las primeras etapas del desarrollo de una novela, me asalta la necesidad de coleccionar detalles incongruentes aquí y allá, de comer piedritas. Nadie sabrá jamás hasta qué punto visualiza un pájaro el futuro nido y los huevos que contendrá, o si no lo visualiza en absoluto. Cuando recuerdo después la fuerza que me obligó a anotar los nombres correctos de las cosas, o sus medidas y matices, antes de necesitar realmente la información, me siento inclinado a suponer que lo que, por falta de un término mejor llamo inspiración, ya actuaba dentro de mí, señalándome en silencio un detalle u otro, haciéndome acumular materiales conocidos para una estructura desconocida. Después del primer impacto que me produce el reconocimiento —una repentina sensación de “esto es lo que voy a escribir”— la novela comienza a tomar forma por sí misma: el proceso se desarrolla solamente en mi mente y no en el papel; y para darme cuenta del estado al que ha llegado en un determinado momento, no es necesario que tome conciencia de cada frase exacta. Siento una especie de suave desarrollo, un desenvolvimiento interior, y sé que los detalles ya se encuentran allí, que en realidad lograría verlos con claridad si los mirara más de cerca, si detuviera la máquina y abriera el compartimiento interior; pero en cambio prefiero esperar que lo que vagamente recibe el nombre de inspiración haya finalizado su obra por mí. Llega un momento en que algo en mi interior me informa que la integridad de la estructura ha quedado terminada. Entonces lo único que me queda por hacer es llevarla al papel con un lápiz o una lapicera. Ya que esta estructura total, apenas iluminada en mi propia mente, puede ser comparada con una pintura, y ya que no es necesario que uno trabaje gradualmente de izquierda a derecha para percibirla de manera correcta, puedo dirigir la luz de mi linterna hacia cualquier sector o detalle del cuadro sin necesidad de llevarlo al papel. No comienzo mi novela por el principio, no llego al tercer capítulo antes de llegar al cuarto, no voy obedientemente de una página a la siguiente siguiendo un orden lógico; no, elijo un trozo aquí y un trozo allá hasta haber llenado todas las lagunas en el papel. Es por eso que me gusta escribir mis historias y novelas en tarjetas, que más adelante numero cuando el conjunto está completo. Reescribo muchas veces cada tarjeta. Alrededor de tres tarjetas forman una página mecanografiada, y cuando por fin tengo la sensación de haber copiado el cuadro concebido con tanta fidelidad como me es físicamente posible —por desgracia siempre quedan algunas “lagunas”— le dicto la novela a mi mujer, y ella escribe a máquina por triplicado.
Playboy: ¿Cuál considera que es su principal falencia como escritor?
Nabokov: La falta de espontaneidad; la molestia de pensamientos paralelos, de segundos pensamientos, terceros pensamientos; la imposibilidad de expresarme con propiedad en cualquier idioma a menos que componga cada maldita frase en mi bañadera, en mi mente y frente a mi escritorio.