sábado, 24 de marzo de 2018

Retrato de la oligarquía dominante

Las generalizaciones que siguen no podrán ser tachadas de impaciencia.
Hoy se puede ir ordenadamente de menor a mayor y perfeccionar, a la luz del asesinato, el retrato de la oligarquía dominante. Los militares de junio de 1956, a diferencia de otros que se sublevaron antes y después, fueron fusilados porque pretendieron hablar en nombre del pueblo: más específicamente, del peronismo y la clase trabajadora. Las torturas y asesinatos que precedieron y sucedieron a la masacre de 1956 son episodios característicos, inevitables y no anecdóticos de la lucha de clases en la Argentina. El caso Manchego, el caso Vallese, el asesinato de Méndez, Mussi y Retamar, la muerte de Pampillón, el asesinato de Hilda Guerrero, las diarias sesiones de picana en comisarías de todo el país, la represión brutal de manifestaciones obreras y estudiantiles, las inicuas razzias en villas miseria, son eslabones de una misma cadena.
Era inútil en 1957 pedir justicia para las víctimas de la "Operación Masacre", como resultó inútil en 1958 pedir que se castigara al general Cuaranta por el asesinato de Satanowsky, como es inútil en 1968 reclamar que se sancione a los asesinos de Blajaquis y Zalazar, amparados por el gobierno. Dentro del sistema, no hay justicia.
Otros autores vienen trazando una imagen cada vez más afinada de esa oligarquía, dominante frente a los argentinos, y dominada frente al extranjero. Que esa clase esté temperamentalmente inclinada al asesinato es una connotación importante, que deberá tenerse en cuenta cada vez que se encare la lucha contra ella. No para duplicar sus hazañas, sino para no dejarse conmover por las sagradas ideas, los sagrados principios y, en general, las bellas almas de los verdugos.

Rodolfo Walsh, fin del epílogo de la tercera edición de Operación Masacre, 1969

viernes, 9 de marzo de 2018

Los relatos del yo

Son formas de resistencia de los sujetos a esa especie de dinámica de la información que circula de modo impersonal y frente a la que uno es simplemente un espectador, un espectador que está viviendo una serie de cuestiones y descifrándolas a su manera. Esos que se llaman "los relatos del yo", "la presencia del yo", incluso en Facebook, más allá de mis distancias con el Facebook, que no tengo; pero me doy cuenta que ahí hay un intento de convertir en experiencia, aunque sea una experiencia trivial. Alguien pone su foto, pone a sus amigos. Eso, me parece, es un intento, en el medio de esta circulación alucinatoria de posibilidades de información; es un intento de centrar en la experiencia del sujeto, es la manera de abrir ese campo. Entonces, miro con mucho interés ese tipo de experiencias, desde Twitter hasta los mails, hasta los blogs y Facebook. Me parece que son rastros de una crisis del periodismo. Esa idea de que hoy los periodistas son los intelectuales sería una prueba de que el periodismo está en crisis, en realidad... Porque se encuentra muy acorralado por la circulación de información y por los modos en que la información que circula por Internet produce movimientos, alternativas sociales. Una de las marcas es esta idea de la subjetivización: traer los problemas al espacio donde el sujeto se mueve para que el sujeto tenga una experiencia que le permita no sólo descifrarlos sino comunicar frente a un discurso que tiende a ser impersonal. Por supuesto, los matices, lo sabemos: es cierto que las crónicas, que podemos asociarlas con Mansilla, como decía María Moreno, o podemos pensar en Hemingway como uno de los grandes escritores que en un momento dado empezó a escribir relatos de no ficción, utilizando estos elementos de crear situaciones que pudieran ser comprendidas subjetivamente y, a partir de ahí, comprender luego la guerra, o comprender elementos que parecen escapar. En definitiva, Walter Benjamin lo que dijo es que si el relato y la narración estaban en crisis, es por exceso de información. Hay que mirar con mucho interés, porque se está produciendo eso, no solamente en las nuevas tecnologías, sino en ciertas líneas de la literatura argentina contemporánea, donde también hay relatos muy personalizados de las experiencias de las Malvinas o las experiencias de las crisis económicas, que son maneras de fijar la experiencia histórica en un lugar que tenga que ver con individuos específicos y concretos. Esa ha sido siempre la tradición de la novela.

Ricardo Piglia, en Escenas de la Novela Argentina (2012)