martes, 29 de agosto de 2023

Fútbol, gran rito global, religión sin Dios

¿La timidez de las ciencias humanas frente a los grandes rituales modernos como el fútbol no se debe al hecho de que quienes pueden observarlos y analizarlos están demasiado cerca? ¿Se puede, por ejemplo, disfrutar del fútbol, mirar televisión y dar cuenta del hecho de que, por primera vez en la historia de la humanidad, a intervalos regulares y en horarios fijos, millones de individuos se instalan frente a su altar doméstico para asistir y participar en la celebración de un ritual? Es muy probable, en cambio, que si fueran etnólogos, los hurones y los persas del siglo XX -cuya ciencia moderna nos invita a situar el origen fuera de las fronteras del Sistema Solar-, recién desembarcados, serían sensibles a la regularidad y a la intensidad de los movimientos de masas durante un campeonato de fútbol. Observarían rápidamente que estas concentraciones populares están acompañadas, paradójicamente, por una intensificación del culto doméstico y descubrirían con interés que el drama celebrado en un lugar central es seguido, con la misma fe, en sus hogares por millones de practicantes tan familiarizados con detalles de liturgia que se ponen de pie, exclaman, vociferan y se vuelven a sentar al mismo ritmo de la multitud reunida en el estadio. El gran rito global.

Luego vendrían observaciones más detalladas y estudios más minuciosos; los geógrafos hurones o persas, recopilando los datos de la historia y la demografía, formularían la hipótesis de un espacio social variable de diversas dimensiones para dar cuenta del hecho de que la estructura culto central-cultos domésticos tiene una extensión variable en función de parámetros espaciales y temporales: un partido local menor sólo es acompañado por un comentario televisivo con una finalidad doméstica, mientras que, en el Mundial, en ocasión de un encuentro entre la Argentina y Brasil, es la población de toda la Tierra la que participa en el gran ritual. Los etnólogos, para quienes estos datos macrosociológicos son difíciles de dominar, aportarían, sin embargo, un principio de respuesta a los interrogantes planteados por los geógrafos, al gozar de la confianza de las poblaciones y, utilizando conceptos de totemismo y segmentarismo, harían valer que, de alguna manera, es el grupo el que se presenta a sí mismo en la ceremonia del estadio. Pero los grupos enfrentados, observarían, sólo lo están a un cierto nivel de identificación: puede reconciliarse a un nivel superior contra un adversario que también es presa de esta lógica segmentaria de identificación-oposición. Religión sin Dios.

El juego de los colores o de las representaciones animales corresponde a este doble juego, que también puede percibirse en la organización estrictamente institucional de los campeonatos y, más aún, de las copas regionales, nacionales, continentales y mundiales. Los etnólogos, a esta altura, todavía dudarían de formular su hipótesis central: los habitantes de la Tierra practican una religión única y sin Dios. Sólo tendrían que leer a Durkheim y Las formas elementales de la vida religiosa para admitir que no hay diferencia esencial entre una asamblea de cristianos que celebran las principales fechas en la vida de Cristo o de judíos festejando la salida de Egipto o la promulgación del Decálogo, y una reunión de ciudadanos que conmemoran la institución de una nueva carta moral o algún gran acontecimiento de la vida nacional, y para asombrarse de que los seres humanos puedan ser tan perspicaces y, a la vez, tan ciegos respecto de la naturaleza de su alienación.

Finalmente, no es sorprendente que sean los historiadores los primeros en emprender, de manera sistemática, un estudio del deporte: lo mantienen a distancia, se podría decir, por definición, y lo observan desde su nacimiento, analizan sus primeras transformaciones y se abocan a descifrar su sentido. Numerosas publicaciones dan testimonio del interés que genera el más popular de los deportes de masas, el fútbol; pero muchas de estas publicaciones dan más cuenta del placer más o menos elaborado que experimentan ciertos espíritus o de la pasión más o menos informada de los especialistas de profesiones emparentadas o paralelas, que de una observación cuidadosa, objetiva y sistemática de los hechos.

La antropología religiosa recién tuvo existencia científica cuando dejó de ser el monopolio de los misionarios u otros profesionales de la religión: es hora de que la sociología del deporte salga de las revistas deportivas. Por más respeto que uno le tenga a los ministros del culto, a los comentaristas deportivos o a los árbitros de fútbol, hay que admitir que ellos forman parte del objeto de estudio y no sabrían, como tales, ser sus observadores privilegiados. Lejos de nosotros, sin embargo, está la idea de que el calor de una experiencia íntima, la emoción fugitiva ligada a un recuerdo personal no pueda ayudar, en estas cuestiones, a imaginar y comprender los resortes de la eficacia simbólica. El fútbol constituye un hecho social total porque está relacionado con todos los elementos de la sociedad, pero también porque se puede analizar desde diferentes puntos de vista. Su naturaleza es doble: práctica y espectáculo. Práctica suficientemente expandida por ser considerada en sí misma un fenómeno masivo. Espectáculo bastante atractivo para que el número de espectadores aumente y para que los días de la semana se vean afectados con antelación o a posteriori (por las conversaciones, los comentarios, la lectura de las crónicas).

El espectáculo de fútbol se convirtió en algo de todos y no puede estar destinado a un grupo particular que, según los puntos de vista, encontraría allí la imagen de su propia cohesión o el espejo de su alienación. En este sentido, el fútbol funciona como un fenómeno religioso y como ritual. Podríamos decir que la relación entre deporte de masas y religión no tiene nada de metafórico. El hecho de que sus funciones sociales puedan interpretarse, según las circunstancias, de manera diversa y hasta contradictoria lo acerca más al fenómeno religioso. Y, como sucede con todo ritual, uno espera que se produzca: que llueva, que se detenga la epidemia, que las cosechas sean buenas y los dioses, favorables.

El ritual se repite pero inaugura, da comienzo a la espera. En el ritual deportivo, esta espera se consuma con la celebración misma. En África, por ejemplo, la protección mágica del arco y del arquero, la consulta a los adivinos y el embrujamiento de los jugadores son prácticas bien conocidas de las que los europeos se burlan -aunque con más discreción cuando se trata de los brasileños y los argentinos que se persignan al entrar a la cancha, sin duda porque marcan más goles-. Tal vez Occidente esté frente al avance de una religión sin que todavía se haya dado cuenta.

"¿Deporte o gran ritual moderno?", de Marc Augé, etnólogo y director de estudios de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Clarín y Le Monde Diplomatique, 1998. Traducción de Claudia Martínez.