martes, 26 de julio de 2022

Desde adentro

En el Parque Lezama, un rato antes de entrar a La Bombonera, les cuento a mis amigos que lo hablé con la psicóloga: que es dar un paso. “Como cuando estás en el andén -le había exagerado- y viene el tren”. Un amigo da en la tecla: me dice que es lo más cerca que voy a estar de jugar en Boca. Cuando entré a la cancha, y me paré detrás del arco de La 12, no pensé en dar ningún paso: perdí la noción del tiempo dentro de una nube de humos y de gritos.

El primer tiempo del 3-1 a Estudiantes lo vi junto a un alcanzapelotas. Vázquez metió el centro adelante nuestro en el gol de Pol, el 1-0. “¿De qué jugás?”, le pregunté sin dejar de mirar el partido. “De 5”, me dijo. Categoría. “Octava”. Apellido. “Moyano”. Se limitaba a responder, hasta que me dijo: “¿Sabés cuál es mi nombre? Blas…”. Yo también jugaba de 5 en las inferiores (de Morón). Yo también fui alcanzapelotas. No se lo dije: quería escucharlo, no pecar de nostalgia viejo choto. Si algo aprendí en el periodismo es que no soy el protagonista, aunque ahora sí. Me lo guardé: mareo, nudos en el cuerpo, afloje: un par de lágrimas felices. Le señalé, sí, que la tribuna de La 12 se llama Natalio Pescia, un 5 de Boca al que le decían “Leoncito” (hay que trabajar la identidad bostera lacerada en los largos años macristas). Miré el palco de Riquelme. No estaba. Identifiqué al Negro Martínez. Y le metí un codazo a Blas: “¡Mirá quién está!”. Era Giunta. Blas.

Los carteles de publicidad tiemblan cuando La Bombonera late. Los futbolistas no se escuchan a más de 15 metros (el arquero Andújar puede dar fe). Los suplentes del equipo visitante miran boquiabiertos a las populares de Boca. Los nenes se cuelgan de los alambrados y se sostienen sobre buzos anudados. Los jugadores no se chocan tan fuerte como nos engaña la TV. Le pegan con un efecto cuya clave reside en el sonido: el golpe a la pelota y el beso a la red.

El vainazo de Marcos Rojo lo certificó en el 2-0. Alguien saltó al campo de juego a festejar el gol con los futbolistas. Rojo empujó al seguridad que había cazado al invasor. Era un niño, el sobrino de Rojo, nos enteramos después. Los pocos que sabían que iba a ver un partido de Boca desde adentro temieron lo peor.