lunes, 22 de agosto de 2016

Tratado sobre la hijaputez

–La pregunta es esta, mi amigo: ¿hay tantos hijos de puta como uno cree, o la influencia de los hijos de puta sobre sus semejantes es mayor que la de la gente buena, y es por eso que uno cree que son más que los que en realidad son?
Fontana camina con las manos en los bolsillos y la mochila a la espalda y deja que Perlassi cargue con el detector de metales, la brújula y el plano.
–Tendríamos que tener un Movicom –dice Perlassi, más atento a las dificultades prácticas de la tarea que a las elucubraciones filosóficas de su amigo.
–¿Y para qué queremos un Movicom? Si acá no hay señal, y donde están Hernán y Belaúnde tampoco.
Perlassi no puede menos que darle la razón. Pero se supone que tienen que actuar sincronizados, y tiene miedo de retrasarse. Después de todo, son dos viejos siguiendo un cable enterrado por el medio del campo.
–¿Qué decías?
–Nada, nada. Yo te estoy haciendo un tratado sobre la hijaputez y vos estás más preocupado por llegar a horario.
–Hablando de horario, Belaúnde seguro que tiene todo calculado.
–Cierto. Pero nosotros vamos a llegar bien. A ver, dejame ver el mapa.
Se detienen y Perlassi obedece. Fontana recorre con el dedo lo que llevan caminado. Los López hicieron un buen trabajo. Dedicaron dos semanas a seguir el trazado de las dos líneas de cables y a dibujarlo en el mapa. Muy rápido se dieron cuenta de que Hernán tenía razón. Los cables no iban a campo traviesa, sino siguiendo los caminos de tierra. Esa situación les facilitaba a ellos las cosas, aunque los obligaba a ser prolijos tapando los pozos. No permanecerán cubiertos por los pastizales sino que quedarán ahí, junto a los caminos, por más secundarios y borrosos que estos sean.
–Es acá –dice Fontana. Acá por donde mejor nos parezca. Pero acá.
Perlassi siente cómo le sube la angustia por la garganta. Pensó esta escena mil veces. Pero una cosa es pensar las cosas y otra bien distinta es, por fin, hacerlas. Fontana se quita la mochila de la espalda y saca las dos palas cortas. Saben que el cable no corre a más de treinta centímetros de profundidad, de nuevo como anticipó Hernán Lorgio. Empiezan a cavar.
–¿Sabés cuál es mi duda?
Perlassi habla mientras hunde la pala. Evitan que la tierra que extraen se esparza demasiado.
–Si los tipos como Manzi piensan que los hijos de puta son ellos o son los demás. Los que le hacen la contra.
–No entiendo.
–Claro. Manzi nos cagó. Eso nosotros lo sabemos. Pero Manzi: ¿piensa que nos cagó? ¿O piensa que hizo un negocio y que, de haber podido, nosotros habríamos hecho lo mismo?
Fontana, que detuvo su labor mientras el otro hablaba, retoma las paladas. Tres, cuatro veces, hasta que siente que la pala ha tocado algo. Le hace un gesto a Perlassi para que se detenga. Con extremo cuidado raspa el fondo del pozo. Ahí está. Un cable negro de más de una pulgada de diámetro. Siguen trabajando alrededor, ensanchando el espacio y el tramo descubierto de cable.
–Ojo. No nos zarpemos con abrir mucho, que después va a quedar demasiado a la vista.
–Tranquilo, Fermín. Ya sé.
Cuando tienen un segmento de unos treinta centímetros liberados dejan de sacar tierra. Fontana hurga en la mochila y saca una tenaza con el mango aislado. Dispone el pico sobre el cable y mira a Perlassi, que a su vez revisa su reloj, un Seiko automático “del tiempo de la inundación”, como decía Silvia burlándose de él y de su cacharro.
–Son las diez menos uno –informa Perlassi.
Fontana asiente.
–En eso tenés razón –dice.
–¿En que son las diez menos uno?
–No. En que casi todos los hijos de puta se creen que no son hijos de puta.
–Qué bueno, ¿no?
–¿Qué cosa?
–Eso de ser un hijo de puta y creerse buena gente. Hacés lo que querés. Cagás a medio mundo y dormís como un angelito.
–¿Vos decís? ¿Dormirá como un angelito?
Perlassi vuelve a mirar el reloj.
–Son las diez en punto.
Fontana toma aire, aferra los brazos de la tenaza y hace un corte enérgico. Se escucha el chasquido de los filamentos de cobre al separarse. Eso es todo. No hay chispazos, no hay ruido, no hay nada.
–De una cosa estoy seguro, Fermín –dice Fontana mientras se incorpora. Tanto tiempo de rodillas hace que le duelan las articulaciones. Este hijo de punta de Manzi no va a dormir más como un angelito. Te lo garantizo.
De inmediato comienzan a tapar el pozo.

La noche de la Usina, Eduardo Sacheri, Alfaguara, 2016

miércoles, 10 de agosto de 2016

Tío Boris

–Rossi, en ese partido que jugaron y perdieron como perros, no tendría que haber jugado. Tenía así el dedo gordo del pie.
–¿Con Checoslovaquia, en el Mundial de Suecia, en el 58?
–Lo llenaron de goles. El tipo no podía patear. Por más que gritara, y los hacía correr, porque él era el técnico adentro de la cancha. Pero… ¿Por qué no dejaron a los jugadores que tendrían que haber ido? El grupo ese que clasificó, ese que vaya.
–¿No fueron por el técnico?
–¡No! El técnico era el mismo. Lo llevaron a Sanfilippo y no jugó ni un partido.
–Ah, porque Angelillo, todos esos, se fueron a Europa y jugaron para las selecciones europeas.
–En el 57 fue, sí. A Sanfilippo lo llevaron para venderlo.
–¿Jugaba bien? Porque ahora es insoportable, habla pelotudeces.
–Lo que pasa es que Sanfilippo jugaba porque los que estaban al lado le servían la pelota. Los dos entrealas jugaban para él, el 8 y el 10. Es así. Es lo mismo que cuando estaba Di Stéfano. A Di Stéfano en River le tocaban una pelota adentro del área, y siempre llegaba primero él, de la velocidad que tenía. Tal es así que cuando fue a Huracán, que lo dieron, empezó a hacer lío. Y después descendieron, ja. Y cuando se fueron a Colombia, que fue Cerviño de Independiente, fue… ¿Cómo es? Pedernera… ¿Quién era el otro? De los grandes grandes. Fueron todos, en el 48, que hubo huelga y salió campeón Independiente. Y cuando volvió Di Stéfano a River lo vendieron a los gallegos. Jugó uno, dos partidos, y lo vendieron. Pero para mí, para mí, el más completo de todos los jugadores que haya visto fue Di Stéfano. Hasta en el arco atajó una vez. Estuvo 20 minutos en el arco.
–¿En River?
–Porque se lesionó Carrizo. Le dieron un golpe. Hasta que se recuperó, estuvo 20 minutos.
–Jugaba diferente a Maradona, a Messi.
–El tipo… Corría por todos lados.
–Maradona y Messi juegan más arriba. Era más como Cruyff, que bajaba y arrancaba.
–Es lo mismo que cuando apareció Sívori en River. Sívori, una vez, jugando con Ferro Carril Oeste, pateó una pelota y el de Ferro le puso la planta del pie. Le dio con todo, Sívori ganó la pulseada, y se fracturó el pie. El que jugaba lindo también era Cejas, en Lanús, el 9. En Quilmes, cuando subió en el cincuenta y pico, estaba Paraja, otro 9. Ese también.
–Este jugaba bien también le digo, ahora, al tío Boris, Boris Yoncheff, 80 años, hijo de búlgaros, mi padrino, gallinón como pocos, cabeceándole al televisor en el comedor de su casa.
–¿Quién?
–El mellizo. Guillermo. No hay muchos que jueguen como él, que era 7, sólo 7.
–No sé si vos sabés cómo jugaban antiguamente. Arriba armaban el 7 y el 11, y el 9. El 8 y el 10 eran los que arrimaban la pelota, y el 5 era el que ordenaba todo el juego. River tenía a los dos 5 de la Selección. Rossi y Rodolfi, Bruno Rodolfi. Era muy buen jugador. También ese duró poco. Y en River apareció un pibe una vez, en la década del 50, Spada. Jugaba un montón. Se lesionó la rodilla y se terminó, no jugó más.
–En esa época una lesión te sacaba.
–Según la lesión. José Manuel Moreno jugó en River, en Boca y en Ferro. Yo lo vi en Ferro. Cuando jugaba en Boca, en el campeonato, Racing tenía un colorado grandote, Rastelli. Y Moreno arriesgó mucho el físico. Moreno era un tipo que volaba. Se tiraba en palomita y se llevaba a todo el mundo por delante. Tal es así que en El Gráfico estaba la mano de Dios… Con Gimnasia: iba volando así, la pelota lo pasaba y la mano acá. ¡Pero clarito clarito! Y dicen la mano de Dios… La mano de Dios es de hace mucho tiempo. 
–Maradona no inventó nada.
–Es la segunda mano de Dios. Moreno calzaba 38. En Ferro lo vi. Allá en el Chaco cuando fueron a jugar con la selección de la ciudad. Hacía lo que quería.
–¿Moreno o Di Stéfano?
–Moreno, porque arriesgaba... Pero como jugador jugador, que jugaba en todos lados, Di Stéfano. Moreno fue a México, un año, y cuando vino acá, River jugaba en la cancha de Atlanta; y cuando agarró la pelota el alambrado hizo así, ja… Se metieron todos, se derrumbó todo, suspendieron el partido. Y en un partido con Gimnasia La Plata se armó una trifulca. Lo querían linchar al referí. Y entre Pedernera y Moreno lo metieron al referí al medio: mono que se arrimaba, mono que quedaba culo pa' arriba. Moreno empezó como boxeador, y en cuanto lo noquearon una vez, no quiso saber más nada, ja. Fue a Boca, y lo echaron. Le dijeron que no servía para nada. Le pasó lo mismo que al chileno.
–¿Salas?
–Salas, sí. Hay cosas…
–Y que a Messi, que cuando era chico no lo aceptaron en River.