miércoles, 18 de septiembre de 2013

Las apariciones de Patricio Rey

El viaje. Más de mil kilómetros. Buenos Aires-Mendoza.
Las estacas de la carpa, el piso de tierra-cemento y el ruido -todo el tiempo- del río que corre ahí nomás. La tranquilidad, sólo interrumpida por el relato de Arcapalo.
El asadazo del Gonza Ruiz (gracias por bancarnos).
Uspallata -“chupete de poio”-, Puente del Inca diez años después, Aconcagua.
Quemando la turbina no se desdibujan los momentos si nos basamos en prejuicios y preconceptos.
Las rosarinas de la chocolatada en Las Cuevas. La gata Sol. “Jijiji”.
Los rosarinos, canayas y lepras, de la noche del camping. ¿Nieva?
Porro, fernet y vino -mucho- del mejor.
El reencuentro con los amigos de las viejas misas en la ciudad.
La Arístides con todo y todos, hasta con los Fundamentalistas.
Más porro, fernet y vino del mejor.
El día, y esas putas dos horas y media que esperaste desde que se confirmó el recital -¿recital?- que ahora sí, de verdad, se aproximan.
El micro y la peregrinación: apoyar el culo, cerca del escenario, encapucharse, bajar la cabeza, meterse dentro de uno para después explotar. Filoricoterazen. 
Y el Indio que te encara con Luzbelito, te da vuelta con Blues de la libertad, te delira con Divina TV Führer y te empercha para siempre con Gualicho.
El final.
La salida. 
Ciento treinta mil. 
Y vos, que preguntás.
-¿No apareció en las pantallas cuándo vuelve a tocar, no?

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Remisero



Siempre pasaba algo. 
La primera vez, que lo fue a buscar a la cancha de Vélez, llegó tarde. Y, en el camino al diario, se le paró el auto -un Bora gris con alfombras bordó platinado- en el medio de la vía del tren San Martín. 
-Me quedé sin batería.
El periodista, ese domingo, caminó las doce cuadras que lo separaban de la redacción para escribir su puto comentario de fútbol. 
La segunda, esta vez en la vuelta desde la cancha de Quilmes, el remisero dobló en la Avenida Mitre y rozó el auto de un chabón que, al bajarse para pedirle los datos del seguro, vio la cara del banana que iba al volante. Escuchaba "Acuyuye", una salsa que trasladó al periodista, sentado en el asiento trasero, la vista clavada en la noche, al culo de Yamila en la quinta huérfana de dueños en la que el Ale cortaba el pasto -usurpaba e invitaba a la pileta a los amigos-.
La tercera fue diferente: lo buscó en su casa de Castelar y, cuando le indicó que iba a la cancha de Gimnasia La Plata, el engelado le aclaró que primero debía dejar una valija del Ministerio de Salud en Mendoza y Arcos, Belgrano. "El barrio de las veredas soreteadas", pensó el periodista, que nunca pisó el Bosque porque estacionaron en la esquina porteña media hora antes de que empezara el partido. 
Y, sobre todo, porque con el bobina siempre pasaba algo.

martes, 3 de septiembre de 2013

Preso de tu ilusión

Del Facebook de Juan Diego Britos.

El man está encanado en Ezeiza por robo. Tiene ojeras hasta los dientes, las puntas de los dedos marrones de tanto gastar rubios y poco pelo. De noche duerme en el mismo módulo del que se escaparon trece pibes a fines de agosto. Cuando me enteré de la fuga, un compañero de trabajo me escribió para preguntarme por él. Entonces lo recordé caminando por la pasarela, con el sol perdiéndose al noroeste, detrás de los pabellones, las rejas, los muros. “Juan, no falté a un recital en 21 años, salvo cuando caía en cana. Los fui a ver a todos lados. Tengo todas las entradas guardadas en mi casa, las banderas. Mirá los tatuajes loco, te digo la verdad amigo, si me escapo algún día de acá, va a ser para ir a ver al Indio”.
Al revisar la lista de prófugos recé para que su nombre estuviera allí. Nadie se merecía más la fuga. Lo imaginé en Mendoza, saltando, fumando, abrazado al demonio.
Busqué un largo rato pero su apellido no figuraba en la nómina de evadidos. En silencio comprendí que se había quedado en la celda, recordando cuando corría por el campo con las manos llenas de bengalas, con la cara desencajada, sucio, transpirado. Libre.