Del Facebook de Juan Diego Britos.
El man está encanado en Ezeiza por robo. Tiene ojeras hasta los dientes, las puntas de los dedos marrones de tanto gastar rubios y poco pelo. De noche duerme en el mismo módulo del que se escaparon trece pibes a fines de agosto. Cuando me enteré de la fuga, un compañero de trabajo me escribió para preguntarme por él. Entonces lo recordé caminando por la pasarela, con el sol perdiéndose al noroeste, detrás de los pabellones, las rejas, los muros. “Juan, no falté a un recital en 21 años, salvo cuando caía en cana. Los fui a ver a todos lados. Tengo todas las entradas guardadas en mi casa, las banderas. Mirá los tatuajes loco, te digo la verdad amigo, si me escapo algún día de acá, va a ser para ir a ver al Indio”.
Al revisar la lista de prófugos recé para que su nombre estuviera allí. Nadie se merecía más la fuga. Lo imaginé en Mendoza, saltando, fumando, abrazado al demonio.
Busqué un largo rato pero su apellido no figuraba en la nómina de evadidos. En silencio comprendí que se había quedado en la celda, recordando cuando corría por el campo con las manos llenas de bengalas, con la cara desencajada, sucio, transpirado. Libre.
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