miércoles, 26 de diciembre de 2012

Luzbelito y Nottingham Forrest

Me presentó a Los Redondos mientras jugábamos una madrugada al PC Fútbol 5.0.
Leandro, mi primo.
Para la familia: Pichi.
Rulos rubiones, taciturno: la perfecta combinación entre la calma, la risa y la rabia.
Era de River. Era uno de esos que lloran por el fútbol.
Rumble Pack, baby fútbol, Teddy, Bariloche, Clonazepan y circo, Comunicación Social.
El más grande entre los varones.
Hasta que ese mediodía se hartó. De vivir, de jugar: de jugar a vivir.
¡Pum!
Todos hablaron.
En un sueño -¿sueño?- se me apareció: de chiquito y de adolescente.
“¿Todo bien?”, me preguntó el pibe.
El nene se me sentó al lado, sobre la cama.
Las piernas le colgaban: apenas le rozaban el piso.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Peronismo

"Si meterse en política es elegir una opción entre muchas, ser peronista es no meterse, no elegir, ser parte del todo, de la simple y sencilla vida vivible (...) Ser peronista es ser tanto que es ser todo. Al ser todo, ser peronista es ser nada. Así, cualquiera puede acusar a otro de no ser algo que es todo, que contiene a todos y autoriza a todos a decir que 'los otros' son otra cosa".

José Pablo Feinmann
Prólogo a No habrá más penas ni olvido
de Osvaldo Soriano, 
Seix Barral, 
2010

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Historias

Si el periodismo -deportivo, político, cultural, todos- es, entre otras cosas, contar historias, acá van tres alrededor de los Juegos Evita de Mar del Plata. Vivirlos fue una experiencia encantadora.

“¡Vamos, eh, vamos! ¡Jugamos por Peri!”. Soledad apunta con los índices al cielo y arenga a las compañeras del Centro Deportivo Recreativo de la Villa 15. Están a punto de jugar su primer partido de fútbol femenino Sub 16 en los Juegos Evita de Mar del Plata, en el Complejo Punto Sur. Peri: así lo llamaban a Nahuel Toledo en Ciudad Oculta, el nombre que se le colocó al Barrio General Belgrano cuando la última dictadura militar le construyó un muro para ocultarla ante la visita de extranjeros para el Mundial 1978. A principios de septiembre Peri corrió perseguido por una lluvia de piedras -un juego de niños-, se escabulló en el Elefante Blanco, cayó en el pozo de un ascensor inexistente y murió. “Nosotras vivimos en el barrio donde hicieron la película Elefante Blanco -explican entre todas- y cuando se fueron dejaron abierta una escalera que estaba rota, pero antes el hospitalito estaba cerrado. Se pudo haber evitado porque sabían que estaba muy dañado, con peligro de derrumbe, y no hicieron nada”. El relato condensa la naturalidad de la muerte. Peri jugaba en la Sub 14 y se encontraba fichado para estos Juegos. Su hermano mayor, Leandro Toledo, el Lauchita, el 5 de la Sub 16, y las chicas -Soledad, Milagros, Johanna, Lidia, Denise, Daiana, Débora, Andrea y la Pitu- juegan por él.

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Joaquín Gómez prendió la computadora, se conectó a Internet y tecleó en el buscador, no sin errarle: “Quizás quisiste decir: Yuriy Sedykh”. Lo quería decir. En realidad, buscaba los informes de los estudios biomecánicos que realizaron Sedykh, dueño del actual récord del mundo, y Anatoly Bondarchuck, el entrenador, para optimizar la técnica del lanzamiento de martillo. En el mundo, a su edad -16 años-, no hay hoy nadie mejor que Joaquín: el último fin de semana de octubre rubricó el récord subcontinental, con 81,15m, en los Juegos Sudamericanos Sub18 de Mendoza. A pesar de los dos años de diferencia, se encuentra cuarto en el ranking mundial de juveniles. El fenómeno, que rompió tres veces el récord sudamericano, ganó con 72,45m su cuarta participación en los Juegos Evita de Mar del Plata. “Me hubiese gustado llegar a los 80, pero quedé lejos -dice-. Por la marca que tengo, ya casi estoy en el alto rendimiento. Aparte siempre me entrené con seriedad, pero ahora que estoy en otro nivel tengo que buscar nuevas expectativas”. 

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Los chicos entraron por la Plaza de Mayo, recorrieron la Casa Rosada, subieron al primer piso y, en un momento, recibieron la orden: bajar al patio interno, formar un círculo y esperar. Unas horas antes habían conocido el zoológico de Buenos Aires. O Buenos Aires, sin más. Vieron, entonces, cómo se les acercaban Juan Domingo Perón y Eva Duarte. El presidente los felicitó y les estrechó la mano, uno por uno, y la señora les dio un beso. Los anfitriones, después, los invitaron a pasar a un salón para tomar un chocolate. 
Desde Mar del Plata, Daniel Solís, uno de los pibes de Nueva Argentina, aquel equipo de fútbol que representó a Misiones en los Juegos Evita de 1951 y que fue a la Casa de Gobierno, llama ahora a Rosa Theisen, su esposa, para saber cómo está ella y cómo anda todo en Posadas. No espera esta respuesta en el teléfono.
-¿Vos en qué andás? ¿Qué pasa con vos que me llaman y me preguntan cómo eras de chico? ¡Si yo ni te conocía!
Daniel, sangre guaraní, 76 años, autor de cuentos bajo el seudónimo Siles publicados en el diario misionero Primera Edición, participó en aquellos torneos infantiles y acá, en estos Juegos, compitió en la categoría pareja masculina de tejo para adultos mayores. Es uno de los pocos que repitió, y por eso le preguntan a su mujer cómo era de niño.
-Te puedo asegurar que hasta ahora siento la sensación del beso de Evita. 

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viernes, 14 de septiembre de 2012

Advertencia

Hagamos un recorte de la realidad, vamos: un grupo de personas que piensa que vive bajo una dictadura y que entonces clama "respeto" vocifera "andá con Néstor, la puta que te parió" -bueno, es cierto, ya no vivan el cáncer, es todo un paso- y "el que no salta es negro y K"; Patricia Bullrich sonriente junto a la orgásmica Natacha Jaitt; un cartel en las manos de un clasemediero que dice, y no es joda, lo siguiente: "Cristina: la única mujer que me maltrata y me da miedo es mi novia. Vos respetá la Constitución"; una señora paqueta -ojo, no escribí vieja de mierda, eh- con una hoja A4 todavía caliente por la impresión, porque no le dio para la cartulina colorida ni para la banderita argentina, que clava: "En Barrio Norte también tenemos hambre". Hasta acá, estimados. No más. Esto, caceroleros míos, antis K -cómo les gusta ensartar esa letra en mayúscula en cualquier pelotudés-, políticos opositores, amigos de la izquierda más izquierda que apoyan estas paparruchadas, es una máquina de producir kirchneristas. Insisto: salen en serie y, a veces, más o menos bobos. Después no digan que no les avisé.

viernes, 3 de agosto de 2012

El enganche

"Y se me ocurre que el enganche es el que está destinado a perder la pelota, porque es el que debe arriesgarla, el que debe meterla por el ojo de una aguja, el que debe hacerla pasar de perfil entre una maraña de botines, medias y canilleras, el que debe jugarse en la gambeta buscando el desequilibrio o la falta cerca del área. El enganche es, en suma, el que debe tallar el diamante".

Roberto Fontanarrosa, en No te vayas, campeón

martes, 5 de junio de 2012

No era la de Cabrini

“Hay tantos paraísos como personas sueltas por ahí”
Eduardo Sacheri, en su última novela, Papeles en el viento
La camiseta de la Juventus la trajo el viejo de la esquina en un barco. “El Nono”, me decía mi papá en el barrio Santa Rosa, Castelar Sur, a tres cuadras de ese túnel que desemboca en el pesado fondo de Marina. Se la encargó cuando era un adolescente y se la compró en Italia para él. Pero por herencia, como otras tantas cosas, la recibí. Y la usé en uno de los instantes fundadores de la personalidad de un señor que nace argentino y futbolero, de un hombre en otro “país do futebol”: cuando el fútbol supura, cuando me ponía las medias azules y blancas los viernes a la noche, antes de la fecha del sábado en el Argentino de Ituzaingó o en alguna canchita de baby oculta en la extensión del Conurbano bonaerense (ganarle con la 89, en la mismísima Capital, a Social Parque, el club de los cracks del futuro, fue épico y todavía es memorable: ellos, cada una de las categorías, habían viajado a Brasil para disputar un campeonato internacional: no se presentaron, el 2-0 reglamentario en la revista, clink caja y tomá Madoni).
La camiseta de la Juventus, escribía, la vestí en uno de esos instantes mágicos, acaso medulares para la formación de una persona. Como la utilizaba para dormir -era mi pijama en los inviernos- esa lana fue mi protección, mi atajo para evitar tiritar y mi prenda infaltable a la hora de sentarme a un costado de la estufa del comedor a las cinco y media de la mañana, de frente a la televisión a perilla con cinco canales para viajar a Malasia y hacerle el aguante a esos pibes, porque le decía de esa manera, “pibes”, con ocho años. Ponía mis rodillas a la altura de la pera, me cubría y me hacía una bola de esos gloriosos colores blanco y negro de la Vecchia Signora, del equipo del francés Platini, me contaba mi viejo, y me hablaba de un Argentinos Juniors de lujo e hidalguía en Japón. Histórico. Hoy, a esa reliquia con un 3 reluciente que había cubierto mi cuerpo para cargar a los primos de River porque la Juventus era campeona de la Copa Intercontinental, y para ver el Mundial Sub 20 de Malasia 1997 que ganó la Argentina de Pekerman, a esa que me guareció aquella semana de junio en la práctica del jueves en el Argentino, a esa y no a otra ni a ninguna versión vintage, la busco con desesperación. Su recuperación me persigue. 
“Es la de Cabrini”, me dijo Guido, hincha de Argentinos, cuando le hablé de mi tesoro en una entrada en calor en el predio de González Catán en el que nos formábamos para ser profesionales de Deportivo Morón. Él me dio una de la Selección modernísima, azul marino, y a cambio le presté esa, la de la Juventus. Era un intercambio, se suponía, sólo por un tiempo. No la vi más, porque en un mediodía de lágrimas profundas y caudalosas acurrucado en la cama de mi cuarto me despedí del sueño de ser jugador de fútbol y no lo vi más a Guido ni a nadie. Y, bueno, entonces ahora sí voy a ver de qué se trata esto del amor, Carolina, la chica que había llorado en el aula después de que nos besáramos en una esquina y de que habláramos de noviazgo en un viaje de colectivo para que luego decida en una tarde de Football Manager que no, que no era compatible su pelo negro con luces rojizas y la pelota.

La busco a ella, repito. A la camiseta de la Juventus, por supuesto. La busco, Guido. Tengo tu número de celular acá, a mano, escrito en un papel blanco con una birome negra guardado en la billetera. Te voy llamar mañana sí o sí y, a más tardar, la semana que viene estará conmigo, de vuelta en mis manos para abrazarla y no entregarla por nada del mundo. Para quererla. Porque, sabelo, Guido, no es ni en pedo, ni por puta la de Cabrini; es la del abuelo de la esquina, la de mi viejo, la de cada hincha de River que cargué cuando me creí Del Piero, la de Riquelme, Pablito Aimar, Romeo, Samuel e incluso la de Quintanita -sí, el chiquito de Newell´s que no creció-, la de Sánchez, el entrenador del Argentino, y la tuya, Carolina. La de cada uno de ustedes y, sobre todo, la mía. Allá voy.

lunes, 30 de abril de 2012

jueves, 23 de febrero de 2012

El Sarmiento, nosotros y yo

Esto lo escribió mi amigo Juan Diego Britos en su Facebook. Él es de Ramos; yo de Castelar. Juan trabaja en Policiales de Tiempo Argentino; yo, Beto, en Deportes. Es algunos años más grande y jode con que es mi hermano mayor. Quizá por esto que expresa acá: que me expresa. En el Sarmiento, muchos de nosotros fuimos a estudiar a Capital, viajamos para ir a la cancha de nuestro club, nos encandilamos con una chica desde que subimos hasta que bajamos -al punto de escribirle nuestro número en el boleto y dárselo-, vimos a Charly en el furgón -ese vagón mágico-, nos compramos chocolates... Todo eso ocurre porque este tren es parte de nuestras vidas. Me da gusto no viajar, pero, a veces, añoro esa sensación. Es adrenalina. Es un deporte extremo. Es saber que no sabés lo que puede suceder. A mí también me llamaron y mandaron mensajes para ver si respiraba. Acá estoy, respiro. Como Britos y tantos más que no estuvimos entre los muertos por milagro -escribe Juan- o vaya a saber por qué carajo.
Muchos de nosotros crecimos en el ferrocarril Sarmiento. Sus vagones fueron espacio de los primeros viajes a Once: así fuimos al trabajo, a comprar ropa o buscar la entrada para algún recital en Locuras. El Oeste es el Sarmiento. Moreno, Merlo, San Antonio de Padua, Ituzáingo, Castelar, Morón, Haedo, Ramos Mejía, Ciudadela. La frontera es Liniers. Ahí comienza otro viaje. Al Sarmiento nos subimos para ir a la cancha; para volver de bailar. Allí hemos conocido mujeres y hasta nos hemos agarrado a piñas. En el furgón dormimos de regreso, nos pasamos de estación. Luego llevamos a nuestros hijos y les compramos lápices baratos para calmar la ansiedad del viaje.
Lo que pasó esta mañana atraviesa a la familia bonaerense, esa que viaja como ganado para limpiarle la casa a los porteños; la que atiende las mesas de los bares lindos de Recoleta y contesta los teléfonos de los callcenter de Microcentro. A nadie le interesa como viajamos. En los 90’ le regalaron el Sarmiento a una asociación ilícita y luego la subsidiaron. Dijeron que era deficitario y le pintaron la cara. Comenzaron a multarnos si subíamos sin pagar. Pusieron máquinas desechadas en otros países para que sacáramos los boletos. Nosotros obedecimos, como siempre. Cancelaron salidas históricas de los andenes de las estaciones.
Hoy varios de nosotros no estuvimos entre los muertos de milagro. Temprano llamó mi hermana, preocupada. Más tarde me comuniqué con amigos, todos estaban bien. Pero muchos otros lloran y son noticia. Con los días se apagarán las luces de las cámaras y otras trivialidades alimentaran las pantallas. Los diarios publicarán alguna investigación antes investigada y publicada. Nosotros, los pasajeros seguiremos esperando. Como siempre. A pocos les importa que entre las estaciones Caballito y Once las formaciones viajen al galope porque no cambian los durmientes. Ahora aparecerán los opinólogos profesionales en los canales cable para repartir culpas. Luego los funcionarios eximirán de culpas a los gobiernos que representan. La empresa TBA explicará –a través de su vocero- que lamenta lo ocurrido. Pero nada dirá sobre la falta de inversión, la desidia institucional. Nada.

martes, 7 de febrero de 2012

Deformaciones

Van dos ejemplos, así, sin introducción. El incluido sabrá entenderme. Documental de CM sobre Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Esas imágenes de la intimidad en el camerino. Camerino, ajá: “¡Por qué no venís después al camerino, boludo, a tirarme cosas!”. El Indio, Skay, la Negra Poly, el periodista Claudio Kleiman, los demás integrantes. Cuando la banda sale para brillar en la plataforma, en ese paso, paso y paso, el Indio calienta la gola: "A Abbronzatissima, sotto i raggi del sole". ¿Qué entona? Un tema que el cantautor italiano Edoardo Vianello popularizó en los 60. Y nos vamos a la playa a broncearnos con PR.

Segunda demostración: Pizza, birra, faso. Película de culto, de Israel Adrián Caetano. Blog del director uruguayo hincha de Peñarol (Diego Alonso, uno de sus actores fetiche, porta en todos los capítulos de Tumberos una prenda negra y amarilla, manya. Un post, o entrada: “LOS REDONDOS pizza birra faso”. Epígrafe, o cintillo, o lo que sea, de la cinta virtual: “esta era una alternativa, pero anda a pedirle algo a los redondos". Sí, exactamente: Caetano quería esas melodías -Motorpsico, Esa estrella era mi lujo- para el tramo final del film. El comentario de por qué no sucedió es antológico. Estas son, entre otras, las deformaciones ricoteras. Las asociaciones acaso sean las profesionales. En fin: esto expone lo deforme que es uno.