domingo, 28 de abril de 2013
Al borde
El aroma a habano importado empuja los orificios nasales hacia el cielo. Las gotas cada vez caen más redondas y pesadas: diluvia. El relámpago ilumina el ring. El trueno asusta. Algunos de los asientos de cinco mil amagan con irse a refugiarse. ¿Qué onda, refugiados? ¿No vinieron acaso a ver a Maravilla? Vos, ¿ya te sacaste la foto con el desagradable y patriotero de Mariano Iudica y te rajás a cambiar la cara de póker? Sergio Martínez, el boxeador, el showman, el actor, el bailarín, el reptil, se mueve sin acompasar su cuerpo a los golpes. Tormenta: un nuevo refucilo electrifica el cuadrilátero. Martin Murray juega sucio y sale un grito: “¡Devolvé las Malvinas, puto!”. El inglés limpia el camino con la izquierda y poncha con la derecha la cara de Martínez, que cae: el campeón a la lona en el octavo round. El jean escurre como un trapo de piso. El papel en el que llevo la tarjeta se moja y se humedece. Los de atrás van con Maravilla y se acercan hacia el ring. Constitución en hora pico. Hay una caída: no suma, no se cuenta; es un resbalón, y un resbalón no es caída. Restan dos asaltos. En el boxeo, y en la lluvia, hay de sobra: épica sobre épica da un circo posmoderno de los Estados Unidos montado en Liniers. Pero sobre todo hay un par de boxeadores frente a frente. Y ahí no hay tutía. Murray por uno, dos puntos; Maravilla es the champion of the world y el británico debe no sólo ganar la pelea, sino también el cinturón, y en ese punto hay tantas certezas como pilotines de colores. Dos verdades. Miles de empapados. Una defensa. El aguacero. Un hecho histórico que estuvo a punto de llevarse puesto a todos, incluso a Maravilla.
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