“Sorteooo”, escribe Juani en el grupo de WhatsApp “El fútbol de los martes”. Son las 14.14 del martes 14 de julio, hora habitual de los sorteos de los equipos -remeras negras, remeras blancas- a través de una aplicación de dudosa transparencia. “Nooooooo -responde Seba al minuto-, vi el mensaje y de golpe me ilusioné. Duró un segundo, pero fue lindo”. Poyi agrega al rato que para sentir que es un martes “común” necesita que yo diga “confirmo más tarde”. Sí, soy el forro que confirma siempre sobre la hora. Un grupo y sus roles.
Los fútbol de los martes a las 21 ya pasaron los diez años ininterrumpidos. Punto de encuentro entresemana. Corte mental. Hasta antes de la pandemia, más de la mitad se preguntaba si no era mejor ir directamente a comer. Sincerarse. Pegaron los 30. Arreciaron las lesiones. Eran más los invitados que los jugadores originales. Y porque muchos fuimos al fútbol de los martes a las pizzas y cervezas post partido (pizzas altamente condimentadas por Steve, un petiso rechoncho de pelo largo con colita al que bautizamos así por Steven Seagal). Intuyo que no tendría sentido.
En 2002, durante el programa El Sello, le preguntaron al Negro Fontanarrosa qué tal jugaba al fútbol. Tenía 58 años. Todavía se juntaba a patear los sábados con sus amigos en Rosario. “Ya soy inexistente”, respondió, con humor. Ramiro Sánchez Ordóñez, el periodista que hacía el asado, le repreguntó entonces cómo era antes. “Absolutamente mediocre -apuntó Fontanarrosa-. Siempre mal”. El Negro murió el 19 de julio de 2007 y, desde el más allá, nos avisa año tras año que llega el Día del Amigo. “Es muy difícil reemplazar el programa del fútbol -dijo aquel día entre el crepitar de las brazas y el canto de los pájaros-. La descarga viene a través del fútbol, de ir a jugar. No sólo el hecho de ir a patear, sino de estar con los muchachos, de la joda, de reírse, de hablar. Esa casi es la parte más linda. Después salir a la cancha... Yo decía: 'Qué lindo sería este juego si no hubiera que correr'”.
Nosotros, como precisó Fontanarrosa, aún tratamos de “coincidir con la pelota”. Y lo bueno es que a medida que perdemos velocidad, fuerza y agilidad, perdemos amor propio y ganamos amor fraterno.
El fútbol de los martes empezó los lunes. Los integrantes de la mesa chica lo sabemos. Alquilábamos la cancha del Club Castelar los lunes a las 23 y arrancábamos a jugar pasada la medianoche, hasta que aparecía el tipo que nos avisaba que se había cumplido la hora, pero a la una y media, casi a las dos de la mañana. Nos mudamos los martes a las 21 a Rancho Aparte, a la cancha del fondo de siete (“seis y el arquero”). Si Messi parece cansado en el Barcelona, imaginen a cualquier grupo de jugadores amateurs como nosotros. Pero hay esquemas y estrategias antes del partido, puteadas, cada tanto patadas, golazos (como el que hice de chilena la misma semana que el de Cristiano Ronaldo en Real Madrid), sobremesas alegres que duran más que la hora de juego, y un mojón en ese retorno inevitable a la niñez que supone el uso de pañales a la tercera edad: volvimos a festejar cumpleaños en la canchita de fútbol, con torta, souvenirs y camisetas de nuestros equipos.
Extrañamos que las bolitas de caucho ensucien la casa cuando nos sacamos los botines y entramos a bañarnos (aunque unos se vayan a dormir sucios, no es cuestión de botonear), repasar las jugadas con la almohada, las cargadas en el grupo de WhatsApp al día siguiente, preguntar quién carajo se llevó la pelota una hora antes del partido: que los martes a las 21 vuelvan a ser ese punto de encuentro. No se trata de un canto a la amistad. No todos somos amigos-amigos. Con algunos compartimos ese rato y es suficiente. Empatía. Con otros el fútbol de los martes fue el puntapié de una amistad.
“¿Qué se retira primero? ¿La cabeza o el cuerpo?”, le pregunta Iván Noble a Pablo Aimar en una entrevista en Canal (á), de 2018. “Nooo, el cuerpo -responde Aimar, que hacía pocos meses había dejado el fútbol profesional-. La cabeza no se retira nunca. Sabés las jugadas que veo ahora que no puedo hacer. Las veo a todas los martes con mis amigos. Digo tengo que ir por acá y la toco al costado…”.
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