Con los libros ocurre lo mismo que con las personas: han de tomarse en serio. Pero precisamente por ello debemos guardarnos bien de convertirlos en ídolos, es decir, en instrumentos de nuestra pereza. En este aspecto, el hombre que no vive entre libros y acude a ellos con esfuerzo posee un capital de humildad, de inconsciente fuerza –la única que vale– que le permite acercarse a las palabras con el respeto y la ansiedad con que nos acercamos a una persona predilecta. Y esto vale mucho más que la "cultura"; más aún: es la verdadera cultura. Necesidad de comprender a los demás, actitud caritativa con los demás, que es en fin de cuentas la única manera de comprendernos y amarnos a nosotros mismos; la cultura empieza por aquí. Los libros no son los hombres: son los medios para llegar a ellos; quien ama los libros pero no ama a los hombres es un fatuo o un réprobo.Hay un obstáculo para la lectura (es el mismo en todas las esferas de la vida): la excesiva confianza en uno mismo, la falta de humildad, la negativa a aceptar lo otro, lo diferente. Siempre nos hiere el inaudito descubrimiento de que otro ha mirado, no precisamente más lejos que nosotros, sino de manera diferente.
[ "Leer", en El oficio de vivir (1952), de Cesare Pavese ]
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