viernes, 4 de marzo de 2022

El ayudante de campo

Mi primo Rodrigo dice que quedé por él. Que me acompañó y que me dio las indicaciones fundamentales antes de que entrara a la cancha con unos botines de mi viejo con punta de acero. Yo le digo que sólo me sostuvo el botinero. Moyano, Rebustini, un arquero acomodado al que apodamos “Tenazas” y yo fuimos los que quedamos en la prueba y entramos a la Novena de Deportivo Morón, categoría 1989.

A finales de Octava, me hicieron una oferta imposible de rechazar: una prueba en River. Éramos casi 200 pibes en una cancha en Villa Martelli. No permitían el ingreso de familiares. La pasamos dos. Fue el 20 de octubre de 2004. Lo recuerdo -gracias a Google- porque mientras volvíamos a casa con mi viejo en el Renault 12 escuchamos por radio Boca-Banfield y Palermo metió un gol de chilena. Lo grité, aunque por dentro ya pensaba como si fuera un futbolista (de River).

En la segunda prueba, sobre el final, se me acercó Daniel Onega, un histórico jugador de River entre los 60 y 70, entrenador en las inferiores. Me preguntó si tenía el pase en mi poder. Había vuelto a jugar muy bien. Dudé.

-No, lo tiene Morón -le dije la verdad.

-En la 89 tengo un cinco titular y dos que juegan igual o mejor que vos. River no va a poner dinero por tu pase -me respondió.

Pegué media vuelta y seguí en Morón. Hoy pienso cómo un instante (una decisión) puede cambiarte la vida.

Aunque en los últimos años reniegue del fútbol, mi primo Rodrigo -hincha de River- repite su hazaña: en 1994, a los siete años, con la categoría 1987 del Ateneo San Antonio de Padua, apenas le hicieron 19 goles en 30 partidos, nada en el baby. Fue el récord de valla menos vencida del Ateneo hasta 2016. “Pero el del pibe que lo rompió fue en menos partidos y en el Ascenso -me aclaró-. De Primera hay uno solo”. Días atrás me regaló una foto: él, de chico, pose de arquero, apretando una pelota, un mini Chilavert.

Ahora con mi primo retomamos un viejo ritual: jugar horas y horas, cada tanto, al PC Fútbol 2001, como cuando yo tenía doce años y él me despertaba los sábados a las siete de la mañana. Como un ayudante de campo, lo quiero siempre al costado de mi cancha.

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