Es un tema recurrente, explorado, quizá un tanto obvio, pero no
por todo eso menos potente: el vínculo entre un padre y un hijo a través del
prisma que nos ofrece el fútbol. Acá va un
ejemplo, de mi amigo Ale Wall en Tiempo Argentino, y otro de Nahuel Gallotta
publicado en la sección Mundos Íntimos de Clarín. La muerte de Antonio Roma,
uno de los grandes arqueros de la historia bostera, me trajo el siguiente: en
el último partido de Boca de 2012, frente a Godoy Cruz en La Bombonera, el club lo
homenajeó. Ese día se cumplían cincuenta años de la
atajada. Roma se apareció en la cancha. Por delante iba su panzota. Tenía
el pelo blanco y una camisa negra: conservaba la facha, el porte de Tarzán. Lo
veíamos, con mi viejo, desde la platea para periodistas. Sobraba una credencial
en el diario y me pareció piola invitarlo. Al fin y al cabo, él me había
llevado por primera vez allí, aquel uno a cero a Argentinos con el gol de
Alfredo Moreno, acaso mi regalo del cumpleaños de once, y ahora yo, así, se lo
agradecía. Llegamos a nuestras ubicaciones. Saqué el papel para los apuntes,
coloqué el celular con el cronómetro en cero y me calcé los auriculares. Él
miraba asombrado. Habíamos bajado a la puerta del vestuario y había visto al
Flaco Schiavi, que jugaría su partido de despedida con la camiseta azul y
amarilla. En la radio, de repente, Walter Saavedra anunció que iban a pasar el
relato de Bernardino Veiga del penal tapado a Délem contra River en 1962. Le
pasé un auricular. Era el relator que escuchaba mi papá de chico. Roma se
ubicó en el arco. No pegaba saltos, no era un Godzilla suelto en La Boca, no era un clásico: era
un abuelo que, dispuesto, afable, posaba para los fotógrafos y saludaba. Fueron
unos segundos, la voz de Bernardino en nuestros oídos y corazones, en los que
validé la felicidad que, sin pedir nada a cambio, gratis, nos regala la
condición de ser hinchas. De ser padres. De ser hijos.
jueves, 21 de febrero de 2013
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario