El fútbol como pandemia
2. Central derecho
La última vez que Hugo Campagnaro jugó un partido en Italia salió con barbijos junto a sus compañeros de Pescara. Un mes y medio después, relata: “La situación es dramática”.
Como si volviera a la niñez en las playas de Martinica, Wendie Renard, capitana de la selección de Francia, recomienda un libro de Zidane para la cuarentena.
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Hugo Armando Campagnaro no tiene coronavirus. Tampoco hace jueguitos con un rollo de papel higiénico. No se graba haciendo ejercicios ni envía selfies a la red. El 8 de marzo -sí, parece que fue hace un siglo-, salió a jugar con barbijos junto a sus compañeros de Pescara ante Benevento, por la Serie B de Italia. El árbitro pidió que se los sacaran antes del partido. Los que mandan ya le habían cerrado las puertas de las canchas a los hinchas. Ante la luz de los hechos, la decisión de Pescara fue un gesto de protesta. Y de alerta.
En Italia, donde el argentino Campagnaro juega desde 2002, cuando pasó de Deportivo Morón a Piacenza, hay 4825 muertos por el coronavirus. En las últimas 24 horas, como en ningún otro día, fallecieron 793 personas. Y a un mes de la primera víctima, se registraron 6557 nuevos casos positivos. “La situación en el inicio se subestimó, la gente no hacía caso y es por eso que se propagó tanto”, cuenta Campagnaro, cordobés, 39 años, defensor central, subcampeón en el Mundial Brasil 2014 con la Selección Argentina.
“La situación -relata- es dramática. Hay gente que necesita respiradores y no hay para todos. Los hospitales están llenos. Lo que conocemos de la enfermedad es lo que se ve en la tele y lo que se muestra en Internet. Sabemos bien que lo mejor es quedarse en casa y frenar el contagio; así tratamos de ayudar”. Campagnaro vive con su mujer y dos hijos en Pescara, centro de Italia, región de los Abruzos. En cuarentena, además de ejercicios físicos, les ayuda con la tarea a sus hijos, lee a García Márquez y Benedetti, escucha a Héroes del Silencio y los Redondos y, de a ratos, toca la guitarra.
Muchos conocieron a Campagnaro porque Alejandro Sabella lo colocó de titular en la línea de cinco defensores en el debut ante Bosnia en Brasil 2014. Y porque solía jugar con un protector bucal por recomendación médica. Cultor del perfil bajo, curtido en los potreros campestres de Coronel Baigorria y en el barro del fútbol de Ascenso, al capitán de Pescara no le gusta a hablar de él.
“Pero -le dijo a El Gráfico en 2012, cuando recibió la citación a la Selección- creo que lo que más me ayudó a salir adelante fue la fortaleza mental. La personalidad y la perseverancia para luchar siempre y no claudicar jamás. 'Non mollare mai', como dicen en Italia: nunca te rindas”. Ahora, sí, se trata de un poco de todo eso.
Por Roberto Parrottino
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Mar y fútbol. Así fue para Wendie Renard su vida en Martinica, una pequeña isla del mar Caribe que pertenece a Francia.
“Era raro que las niñas jugaran al fútbol en Martinica, por lo que era aún más raro que fueran las mujeres de mi familia las que me empujaron a jugar”, escribió Wendie en “La vida en el fin del mundo”, un texto que escribió en The Players Tribune. A su papá, no le interesaba el fútbol, prefería hablar de política. En cambio, su tía era árbitra y a su mamá le apasionaba tirarse en el sillón a ver partidos.
En Martinica, cuando uno se para frente a la playa -y le da la espalda al monte Pelée- lo único que ve son kilómetros de agua cristalina. “De donde soy, lo llamamos 'El fin del mundo'”, cuenta. Y ahí, en el fin del mundo, Wendie arrancó de chica a jugar a la pelota. Y, un día, mientras miraba un partido de fútbol femenino, encontró a su referente: Marinette Pichon, la máxima goleadora del fútbol francés femenino. “Yo también llevaré esa camiseta”, le dijo en voz alta a su mamá.
Cumplió. Se puso la camiseta bleu en 2011 y nunca más se la sacó. En 100 partidos, gritó 19 goles. La mayoría los hizo de cabeza gracias a su casi metro noventa. Estatura que también hace que adentro de la cancha se desplace con mucha elegancia.
“Ya estabas pateándome el vientre incluso antes de venir a este mundo”, le contestaba su mamá cada vez que ella le preguntaba si tenía dudas sobre lo que sería cuando creciera. La mamá no las tenía y Wendie tampoco.
En Martinica, cada vez que jugaba con los varones en la playa, sabía que tenía que jugar “el doble de duro, el doble de inteligente”, para obtener respeto. Aún con 29 años, 6 Champions y 13 ligas francesas con el Olympique de Lyon -todas las ligas en las que participó-, Wendie sabe que la igualdad en el fútbol todavía está lejos.
Una mañana, en el colegio, la maestra les pidió a sus alumnos que dijeran qué querían ser cuando fueran grandes.
-Futbolista y auxiliar de vuelo -contestó Renard.
-Wendie, uno de estos no es un trabajo -le contestó su maestra.
-Perdón. Futbolista -respondió la capitana de Les bleus.
En 2006, dejó el sol y el mar de Martinica para mudarse a Lyon. El fútbol la acompañó. Aquel año, vio alejada de la isla la final Italia-Francia del Mundial Alemania 2006. Y recordó la vez que su selección salió campeona en su propio país en el 98. Ese año, de la mano de Zizou -a quién Wendie admira y así lo hizo notar cuando recomendó el libro Zidane, de Frédéric Hermel, para la cuarentena-, Les bleus salieron campeones. Aquel campeonato lo festejó con toda su familia: hermanas, tía, mamá y papá.
-¿Sobre qué están gritando?
-¡Wendie sigue organizando el partido de fútbol! -contestaba una de sus hermanas.
-¿En serio? ¿Quién está jugando? -respondía la mamá mientras se sentaba al lado de su hija para disfrutar un partido más.
Meses después del Mundial de Francia, su papá moriría por culpa del cáncer: “Cuando tienes ocho años, no tienes nada de qué preocuparte. Cuando tienes ocho años, tienes fútbol. Cuando tienes ocho años, tienes la playa. Cuando tienes ocho años, se supone que tu papá estará para siempre”.
Por eso, en aquella final de Alemania 2006, Wendie recordó el Mundial 98. En realidad, añoró por primera vez su vida en Martinica. El mar y el fútbol.
Por Delfina Corti
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