Pero el alma arquitectónica de la Bombonera, según Gagliardo, se ve en sus 61 pórticos. Vistos en corte, son las 'costillas' que sostienen el estadio, y no todas son iguales. Cada uno -imaginemos que estamos dibujando a mano alzada ese corte- tiene un perímetro de más de cien metros. En el plano sobresale la belleza barroca de la composición. Obligados por Sulčič y sus socios a responder a la presión del terreno, insuficiente para los propósitos de gigantismo que perseguía el estadio, encontraron en la necesidad de ir hacia arriba la posibilidad de ir hacia el arte. Los tres niveles de las tribunas, que los hinchas llamamos bandejas, y quienes las construyeron llaman 'escamas', tienen la magia de la asimetría.
La ligera inclinación de la tribuna baja se agrava en la tribuna media y llega a los 44º en la tercera, un ángulo de vértigo por el que el espectador no alcanza a saber si lo que está experimentando es un ascenso, una caída o un suspenso insoportable entre ambos peligros. Lo que sostiene esas plataformas volátiles es lo que los arquitectos llaman solicitación de carga combinada, lo que hace que el esfuerzo de la estructura funcione a diferentes niveles según la cancha esté vacía o llena. La máxima expresión de ese recurso, por el que la física alcanza estatus de milagro, no está en la Bombonera sino a pocos metros, en el trampolín de la pileta, una pieza entera de hormigón, curva, por la que el ingeniero Delpini -que hizo del hormigón un mundo que podía competir con la eternidad y le dio posteridad a su nombre- creyó llegar a la perfección".
Con el corazón en la Boca, La Bombonera: intimidad del mundo exterior, Juan Becerra, Aguilar, 2014
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