viernes, 18 de diciembre de 2015
Tres tiros
sábado, 5 de diciembre de 2015
Adventure
después de que la puteara en tres idiomas,
la chica le presentó,
sin deslumbrarse,
a la psicóloga rubia.
miércoles, 25 de noviembre de 2015
Imágenes
martes, 10 de noviembre de 2015
Cinco
Después de un par de subidones, sufriste ahora el descenso con Nueva Chicago.
Abrazo grande, Cabeza.
En las malas mucho más.
(Una vez te tiré un caño y pasé limpio entre el ocho que cerraba y vos, porque el mejor cinco de la foto, coincidimos en Matadores, mientras te entrevistaba sentado en la escalera de la salida del vestuario, es el de la remera).
lunes, 19 de octubre de 2015
Aquí y ahora
miércoles, 7 de octubre de 2015
Tensiones
sábado, 26 de septiembre de 2015
El deporte III
miércoles, 2 de septiembre de 2015
lunes, 24 de agosto de 2015
Paranoia
sábado, 11 de julio de 2015
Barras

En la cancha del Módulo 3 del penal de Ezeiza hay barras. De afuera, a Ezequiel le mandaron cinco camisetas de Racing. De ahí que su equipo se vista de blanco y celeste en el torneo. Él tiene la 22 de Diego Milito, y apenas me vuelve a ver, me advierte: “Cuidate los tobillos, Beto Vietto”. Héctor, desde un costado, mueve acompasadamente el inflador de la pelota mientras camina por el borde imaginario del terreno de juego. Es gigante. Lleva la de Almirante Brown, porque es de La Banda Mostro. No juega: apenas señala cuándo es lateral, y se cobra lateral, porque si Héctor lo dice, está bien, es así. El Chucky está medio fané. Se sienta a un costado para ver los partidos. Pero le insisten y va un rato al arco con el conjunto deportivo de Chacarita.
Más que “eliminar” a los barrabravas -¿qué piden en verdad los que después filman con sus celulares la entrada de la barra y cantan sus consignas?- habría que volver a decir que las barras son fuerza de choque, mano de obra, del poder político y sindical sin distinción, y aliadas en el negocio del fútbol con las fuerzas de seguridad. ¿Acaso la exigencia no es para los políticos y para la policía? El periodismo de indignación suele poner cintillos tales como “Basta de violencia”. ¿Cuánta genera? Leonardo Farinella, el director de Olé, el único diario deportivo de Argentina, llegó a ofrecerles a los lectores un póster de Fernando Cavenaghi parado en el paraavalanchas de Los Borrachos del Tablón.
¿Son sólo culpables entonces Ezequiel, Héctor y Chucky?
La pregunta no va para ellos, que ya conocen las respuestas.
Le pregunto a Ezequiel otra cosa: por qué nos agradecen tanto la visita en el marco del taller de periodismo.
“La última vez que salimos a jugar al fútbol fue el año pasado -dice-, porque tuvimos un bardo con las nuevas autoridades. Esta es la primera vez en este año. ¿Cómo no les vamos a agradecer, boludo?”.
Foto: Ana Encabo.
lunes, 29 de junio de 2015
Mambo
Hace tres meses que no juego a la pelota y en seis horas voy a intentarlo de nuevo.
La rodilla derecha no sé si está curada y tampoco sé si el traumatólogo me dice que sí, que está curada, y entonces le creo y ya me curé.
***
"Buscás el dolor".
Victoria.
***
Mañana -en seis horas- voy a volver y voy a seguir pensando que, a pesar de respetarte, M., coincidimos en un momento de la noche con N. que ella -ella, C.- te mira como para siempre.
***
"Trato de no pedir demasiado, ¿viste? No sé. El que da mucho también está pidiendo mucho... Para mí el amor es muy importante en mi vida, ¿no? En ese sentido, no soy una mujer tan moderna. Y trato entonces de descomprimir. Mi trabajo diario es distraerme un poco para que dé mejor resultado. Cuando descomprimo todo funciona mejor. Porque si no entro en mi propia trampa, ¿viste? Si me pongo a observar mucho al hombre termina siempre fallando".
Violeta.
***
Me atravesó un rayo de pies a cabeza,
y todo cambió adentro y afuera de mí (en mi cara y en mi corazón).
Ahora me recorro con precisión,
y sólo atiendo mi lección (y sólo sigo mi propio GPS).
***
***
¡Banzai!
viernes, 12 de junio de 2015
Periodistas
Ilusiones perdidas, Honoré de Balzac, 1835-1843
sábado, 16 de mayo de 2015
Entretiempo

Los jugadores ya están en su campo. Los ojos llorosos, las caras hinchadas, las espaldas quemadas. Bengala y gas pimienta. Socios del club y policías. De pronto, un canoso de traje y corbata corre con otros detrás: es el presidente Rodolfo D'Onofrio. Arriba de las cabezas, sube y baja un dron con un fantasma de la B. Leonardo Pisculichi le tira un pelotazo para bajarlo. Le erra. Hay dos barras bravas en el estadio, una en cada bandeja media. Ha pasado un primer tiempo en el que Boca se dedicó a tirar envíos de guión: de Guillermo Burdisso y Daniel Díaz a Cristian Pavón y Federico Carrizo, con Fernando Gago con el llanto y la queja a flor de piel, con Pablo Pérez tirándose con los pies para adelante cuando el árbitro ya había cobrado falta. La respuesta a las patadas y a las faltas de River en el Monumental son patadas y faltas. Boca pierde uno a cero, y antes de que la manga sea nuestro Vietnam, en general, se hablaba en las tribunas de por qué Nicolás Lodeiro en el banco, de cómo entrarle a las gallinas, de qué debía cambiar el entrenador Rodolfo Arruabarrena.
Al pedo. Porque la histeria de la trilogía de superclásicos llega al colmo.
En el banco apantallan a Leonardo Ponzio. El equipo de Boca hace el acting: los jugadores se mueven, pican, se posicionan. Roger Bello, el carcamán de la Conmebol, entra en la escena de circo para decidir si continúa el partido. A su lado, el hombre de la chalina blanca: Jorge Antico, el gerente de Torneos y Competencias, la productora dueña del show televisivo de la Copa Libertadores. Los hinchas, de a poco, enfilan para la salida. Antes, incluso, de que la voz del estadio anuncie la suspensión. Sentido común. Abajo hay más policías, bomberos, seguridad privada, más dirigentes. Por el borde cercano a la platea camina el vicepresidente segundo Juan Carlos Crespi, la campera de cuero de Tony Soprano. Todo menos un partido de fútbol. Pasan los minutos. El presidente Daniel Angelici se refugia en la manga. Si sale, lo putea la cancha. Menos la barra brava.
La delegación de River intenta salir por el túnel hacia el vestuario visitante. Botellazos desde la platea de copetudos, desde el lugar de los tipos que pagan miles de pesos. Los imitadores de barrabravas. El hincha es lo más sano del fútbol.
Ahora, mientras escribo, leo un zócalo en el programa Estudio Fútbol: "¿La vergüenza más grande del fútbol argentino?”. ¿Las muertes en el fútbol argentino? La hipocresía y la exageración de la prensa que, después, se lava las manos.
Como los futbolistas. Arruabarrena sale junto a Marcelo Gallardo y los jugadores de River esquivando las botellas. Sus dirigidos le dan la espalda. Agustín Orion, el Capitán Escarlata de Angelici, pega un par de gritos y el plantel saluda a La Doce. No a los cuatro costados. Gago y Orion. Los referentes post Juan Román Riquelme. Los que se deglutieron a Carlos Bianchi. El jugador es lo más sano del fútbol.
Nos quitamos hasta la experiencia del dolor. “El fútbol siempre da revancha -dijo el escritor bostero Sergio Olguín-. La estupidez no”.
Foto: Mariano Vega.
lunes, 4 de mayo de 2015
El número diez
miércoles, 22 de abril de 2015
Mirada
martes, 21 de abril de 2015
Roma

En Italia, donde a menudo las lealtades familiares y regionales van en contra de la concepción nacional, nos cuenta acá el periodista Peter Simek, hay un amor compartido: el fútbol -el calcio- une a la gente. James Pallotta e Italo Zanzi piensan que la Roma es una marca global sin explotar porque identifica a un sitio turístico por excelencia. Pero se chocan con la idiosincrasia: para los ultras del club la violencia es un medio de vida y los romanos disfrutan de un semidiós de 38 años que festeja los goles chupándose el dedo gordo de la mano derecha, ya que Il Capitano es el apodo de Totti para el mundo exterior: en Roma lo llaman Er Pupone, “el bebé grande” en dialecto local.
“Lo que los romanos ven como una forma muy sentida de autoexpresión, los estadounidenses ven como una especie de entretenimiento, como una experiencia para ganar dinero -marca Simek-. La pregunta es si esas visiones pueden, o incluso deben, coexistir”.
martes, 24 de marzo de 2015
Enterrar
-Parrottino te mato.
Pablo se descolgó de la persiana de metal del estacionamiento, la agitó sin demasiada fuerza, giró y quedó de frente al escudo de Boca que iluminaba la noche de azul y amarillo. En el medio, yo, y lo que me dijo: una sentencia nerviosa de corrido: parrottinotemato.
Salió disparado por la calle Brandsen. Le preguntó a un pibe que se asomaba desde La Glorieta de Quique si el hombre que cuidaba los autos se había ido. Con sus palabras, casi que lo mandó a que se fijara si seguía adentro del galpón, acariciando al perro, escondido en la oscuridad del tinglado en el que guardan los autos los días de partido los empleados de Boca. Miró desde la vereda. Y no: se había rajado.
Pablo trabaja ahora como jefe de prensa del club. Hace dos años me editaba notas en el diario. Cuando terminó el partido con Defensa y Justicia y bajé a escribir al departamento de prensa, me dijo que dejara la notebook a un costado, que me sentara en su computadora. Sus compañeros se empezaron a ir mientras escribía la nota. Tardaba. Tuve que dejar unos minutos la compu para que subieran un video al canal oficial de Boca en YouTube. No es excusa. Me gusta tomarme mi tiempo. Chequear y rechequear. Agregar una palabra, citar, cortar una frase, darle un rulo al final. Cuando hay margen, soy lento. “No te la puedo creer. Otra vez me estás enterrando, Parrotta”, me jodió, y me sacó una foto sentado en el escritorio. Se la envió por WhatsApp al editor que esperaba mi texto en la redacción. “Que se apure o pego un cable de Télam”, le respondió. Enterrar, en el argot del periodismo gráfico, es la acción de tardar más de la cuenta, de sobrepasarse de la hora de cierre. Pensé que lo tendría que enterrar de verdad cuando lo escuché decir que había quedado guardado en la guantera del auto el pasaporte -y la valija en el baúl-, y que en siete horas volaba a Venezuela junto al equipo. Pablo traspiraba, hacía y recibía llamados, traspiraba más, caminaba ya por los pasillos de La Bombonera, volvía al hall, pasaba por el costado del busto de Camilo Cichero. Ensayó, en vano, una técnica de respiración oriental. Imaginó al viejo cuidacoches empinando un vaso de vino tinto en un tugurio de La Boca. Era sábado a la noche. Se intuyó explicándole a uno y a otro por qué se perdía la primera salida al exterior con Boca.
Pasó una hora. O más. Un último llamado lo calmó un poco. Igual iba y venía. Se asomó por la puerta tres, al costado de las ventanillas de Cobranzas y, entonces, vio venir a paso firme por el pasaje Juan de Dios Filiberto a Silvestre, el capataz del estadio que vive a tres cuadras, un señor de unos cincuenta y tantos, corpulento, canoso, con ropa de trabajo Pampero.
-Estaba leyendo el diario. No hay problema.
Silvestre nos condujo al cuarto de maestranza y abrió una cajita amurada a la pared en la que, nos contó, se guardan las copias de las llaves de La Bombonera. En el fondo, estaba maravillado por conocer un lugar secreto de la cancha: soy bostero. Pero era ahora el cofre de la felicidad. “Vamos a probar si andan, porque las hice hace poco”. Pablo pensó que sí, que podía pasar que se trabaran en las rendijas porque justo ese día había bajado para plastificar el cartelito que coloca en el parabrisas e identifica de quién es el auto, porque justo ese día le había caído yo y se había ofrecido a bancarme, porque por diez putos minutos, por mala suerte, según nos contó el guardia de seguridad del hall, habíamos perdido al viejo del estacionamiento. Pensé que qué bueno que el club tenga empleados que vivan cerca de la cancha; y pensé esto: no hay nada más lúgubre que La Bombonera de noche después de un partido: papeles que se aspiran, luces que se apagan, gritos que se alejan. La desolación. El vacío después del lleno.
Cruzamos. La puerta abrió. Feliz domingo.
En el camino de vuelta, arriba del auto, sólo hablamos de lo que había pasado. “Me sentí un hijo de puta, Pablín, el peor del mundo”, le comenté. “Tendrías que haber visto tu carita en el hall”, me sorprendió. ¿Era yo el que lo miraba a él o al revés? Todavía resuena en mi cabeza: Parrottino te mato: parrottinotemato.
Porque si había un entierro, había una muerte.
miércoles, 4 de marzo de 2015
Laferrere
Sergio "Cherco" Smietniansky, productor ejecutivo de El Garrafa. Una película de fulbo
lunes, 23 de febrero de 2015
Castañas asadas
Pero a mí me pasa, y yo sé que a muchos les pasa: que a todos los que escribimos nos pasa, que a todos los solitarios nos pasa, que a todos los que extrañamos lo perdido nos pasa, que a todos los que lloramos por tonterías nos pasa, que a todos los que no tuvimos dónde dormir nos pasa, que a todos los que estuvimos presos, enfermos o muertos, nos pasa. A todos los que podemos contarlo, a todos nosotros, nos pasa. Y me pasó: castañas asadas. Eso fue lo que pasó. Justo cuando me levantaba para despedir al jardinero negro de barba blanca de huesos de polvo sentí el aroma. En un principio no pude definirlo, pero era perfecto, era el anticipo perfecto de algo perfecto, de 'eso' que iba a venir a visitarme, por unos pocos segundos, una vez más. Y fue justo cuando sinhá Mari me servía mi taza de café recién preparado que se completó la orquesta. Porque justo cuando miro a mi suegra, que se iba hacia el fondo, y miro al jardinero y después miro a sinhá Mari, es que suspiro chiquito, desde un lugar secreto del corazón o del alma. Ella sonrió, como sabiendo íntimamente algo que yo ignoraba.
–Castanhas assadas –dijo".
domingo, 8 de febrero de 2015
Esto es Boca
-Boca es el equipo que se agranda en las malas, el que prefiere jugar de visitante. Al que le echan un jugador y se agranda. Es la pasión mezclada con la habilidad, porque históricamente Boca ha tenido grandes habilidosos. Boca aplaude el caño de Riquelme y también la patada de Krupoviesa. Es esa combinación. Es el aguante, no entendido como la tradición de los últimos años, vinculada a cierta militancia con los grupos de rock, sino el aguante, la idea de esperar al ídolo caído, el famoso “los goles que ya van a venir”, que le cantaban a Saturno, que nunca hizo un puto gol en Boca y le aplaudían la bicicleta. Es esperar hasta que se vaya Bianchi, no echarlo. Es esa cosa cargada de dramatismo que implica dar vuelta un resultado. Me acuerdo de una crónica de Osvaldo Ardizzone del ‘78, previa al Mundial, de un Boca-Chacarita que se jugó un viernes. Boca iba perdiendo 3-1 y lo dio vuelta en los últimos 15 minutos y lo ganó 4-3. La última parte empezaba así: “Los suizos nunca supieron del terror que podía despertar un reloj. La agarra Lacava Schell, las medias caídas, se la pasa…”. Tenía una carga dramática. Me acuerdo de ese partido porque el de los viernes lo transmitían. Y no me acuerdo casi imágenes, pero tengo grabada la crónica. Y eso era Boca. Ese dramatismo. Esos triunfos afuera. Ganarle al Real Madrid cuando era el equipo más importante del mundo. Y ganarle como le ganó. Tocándola, con Riquelme en su mejor momento. Esas cosas son las que más se relacionan con ser de Boca.
"Boca aplaude el caño de Román y la patada de Krupoviesa",
Sergio Olguín,
Tiempo Argentino,
2015
martes, 27 de enero de 2015
El poder de Riquelme

martes, 6 de enero de 2015
Totti
"Era hincha de la Roma y su jugador favorito era Totti -relató Sgrena-. El lenguaje del fútbol llega a la mente y a los corazones de muchas personas alrededor del mundo. Si todos los grandes deportistas se comportaran como Totti, los gestos humanitarios tendrían un eco mucho más grande".