lunes, 23 de febrero de 2015

Castañas asadas

"Y entonces, oh milagro de los milagros, oh duende o hada o ángel o vaya a saber uno qué bicho real o mitológico, fue que pasó algo. Algo concreto que se sumó a todo lo demás e hizo que eso que intentaba contener se derramara a mares hacia el lugar correcto. Algo que a veces me pasa, algo indefinible, una sensación al borde de un sentimiento que no se puede cristalizar en una expresión concreta, que necesita vueltas y vueltas del lenguaje para tomar forma, para poder asomar fantasmalmente, al menos un poco, su silueta. Algo que es desesperante pero a la vez salva de la desesperación. Eso que 'es', aunque no tengo la más remota idea de lo que digo cuando digo esto.
Pero a mí me pasa, y yo sé que a muchos les pasa: que a todos los que escribimos nos pasa, que a todos los solitarios nos pasa, que a todos los que extrañamos lo perdido nos pasa, que a todos los que lloramos por tonterías nos pasa, que a todos los que no tuvimos dónde dormir nos pasa, que a todos los que estuvimos presos, enfermos o muertos, nos pasa. A todos los que podemos contarlo, a todos nosotros, nos pasa. Y me pasó: castañas asadas. Eso fue lo que pasó. Justo cuando me levantaba para despedir al jardinero negro de barba blanca de huesos de polvo sentí el aroma. En un principio no pude definirlo, pero era perfecto, era el anticipo perfecto de algo perfecto, de 'eso' que iba a venir a visitarme, por unos pocos segundos, una vez más. Y fue justo cuando sinhá Mari me servía mi taza de café recién preparado que se completó la orquesta. Porque justo cuando miro a mi suegra, que se iba hacia el fondo, y miro al jardinero y después miro a sinhá Mari, es que suspiro chiquito, desde un lugar secreto del corazón o del alma. Ella sonrió, como sabiendo íntimamente algo que yo ignoraba.
Castanhas assadas dijo".
El camino de la luna, "Castañas asadas", Pablo Ramos, Alfaguara, 2012

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