domingo, 1 de mayo de 2022

No me importan un carajo vuestros sentimientos

(...)
La señora Bevins nos pidió a Karate y a mí que rellenáramos un cuestionario mientras los demás leían sus trabajos en voz alta. Pensé que las preguntas serían sobre nuestros estudios y nuestro historial delictivo, pero eran cosas tipo «Describe tu habitación ideal». «Eres una cepa. Descríbete como cepa».
Nos pusimos a escribir, pero presté atención mientras Marcus leía una historia. Marcus es un tipo sin escrúpulos, indio, un auténtico criminal. Había escrito una buena historia, sobre un crío que ve cómo unos paletos le dan una paliza a su padre. Se titulaba «Cómo me convertí en cherokee».
—Es un relato magnífico —dijo la profesora.
—Es una puta mierda. Ya lo era cuando lo leí la primera vez no sé dónde. Nunca conocí a mi padre. Me figuré que es la clase de patraña que quiere que le contemos. Seguro que se corre viva pensando cuánto ayuda a los desgraciados como nosotros, víctimas de la sociedad, a conectar con nuestros sentimientos.
—No me importan un carajo vuestros sentimientos. Estoy aquí para enseñar a escribir. De hecho, podéis mentir y aun así decir la verdad. Esa historia es buena, y suena verdadera, venga de donde venga.
La profesora iba reculando hacia la puerta mientras hablaba.
Odio a las víctimas —dijo—. Y desde luego no pienso ser la tuya. Abrió la puerta y les pidió a los guardas que se llevaran a Marcus al módulo.
—Si esta clase va como ha de ir, lo que haremos será confiar nuestras vidas a los demás —dijo.
Nos explicó a Karate y a mí que la consigna era escribir sobre el dolor.
—Por favor, CD, lee tu historia.
Cuando acabó de leerla, la señora Bevins y yo nos sonreímos. CD sonrió también. Fue la primera vez que lo vi sonreír de verdad, dientes blancos y pequeños. La historia iba de un hombre joven y una chica que miran el escaparate de una tienda de trastos viejos en North Beach. Hablan sobre la quincalla, el retrato antiguo de una novia, unos zapatitos, un cojín bordado.
El modo en que describía a la chica, sus muñecas finas, la vena azul de su frente, su belleza e inocencia, te rompía el corazón. A Kim se le saltaron las lágrimas. Es una puta joven de Tenderloin, una zorra de cuidado.
—Vale, está muy bien, pero no hay dolor —dijo Willie.
—Yo he sentido el dolor —dijo Kim.
—Y yo también —dijo Dixie—. Mataría por que alguien me viera así.
Todo el mundo empezó a discutir, diciendo que hablaba de la felicidad, no del dolor.
—Es de amor —dijo Daron.
—De amor, nada. Él ni siquiera la toca.
La señora Bevins pidió que nos fijáramos en todos los recuerdos de gente muerta.
—La puesta de sol reflejada en el vidrio. Todas las imágenes evocan la fragilidad de la vida y el amor. Esas muñecas finas como juncos. El dolor está en la conciencia de que la felicidad no durará.
—Sí —dijo Willie—, excepto que con esta historia él la injerta de nuevo.
—¿Qué hablas, negro?
—Es de Shakespeare, hermano. Eso es lo que hace el arte. Congela su felicidad. CD puede recuperarla cuando quiera, solo con leer esa historia.
—Ya, pero no se la va a follar.
—Lo has captado perfectamente, Willie. Juro que esta clase comprende mejor las cosas que cualquiera donde he enseñado —dijo la profesora.
Otro día dijo que había poca diferencia entre la mente de un criminal y la mente de un poeta.
Es una cuestión de superar la realidad, de crear nuestra propia verdad. Vosotros tenéis ojo para el detalle. Dos minutos en una habitación bastan para sopesarlo todo y a todos. Oléis una mentira a la legua.
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—Escribir no es una competición. Solo consiste en que lo que haces sea cada vez un poco mejor.
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—De acuerdo, lo admito. Creo que todos los profesores ven eso a veces. No se trata simplemente de inteligencia o de talento. Es cierta nobleza de espíritu. Una cualidad que haría a alguien ser grande en cualquier cosa que se propusiera.
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"Y llegó el sábado", Manual para mujeres de la limpieza, Lucia Berlin