martes, 23 de noviembre de 2021

Amor

Ante todo, el amor es una experiencia compartida por dos personas, pero esto no quiere decir que la experiencia sea la misma para las dos personas interesadas. Hay el amante y el amado, pero estos dos proceden de regiones distintas. Muchas veces la persona amada es sólo un estímulo para todo el amor dormido que se ha ido acumulando desde hace tiempo en el corazón del amante. Y de un modo u otro todo amante lo sabe. Siente en su alma que su amor es algo solitario. Conoce una nueva y extraña soledad, y este conocimiento le hace sufrir. Así que el amante apenas puede hacer una cosa: cobijar su amor en su corazón lo mejor posible; debe crearse un mundo interior completamente nuevo, un mundo intenso y extraño, completo en sí mismo. Y hay que añadir que este amante no tiene que ser necesariamente un joven que esté ahorrando para comprar un anillo de boda: este amante puede ser hombre, mujer, niño; en efecto, cualquier criatura humana sobre esta tierra. Pues bien, el amado también puede pertenecer a cualquier categoría. La persona más estrafalaria puede ser un estímulo para el amor. Un hombre puede ser un bisabuelo chocho y seguir amando a una muchacha desconocida que vio una tarde en las calles de Cheehaw dos décadas atrás. Un predicador puede amar a una mujer de la vida. El amado puede ser traicionero, astuto o tener malas costumbres. Sí, y el amante puede verlo tan claramente como los demás, pero sin que ello afecte en absoluto la evolución de su amor. La persona más mediocre puede ser objeto de un amor turbulento, extravagante y hermoso como los lirios venenosos de la ciénaga. Un buen hombre puede ser el estímulo para un amor violento y degradado, y un loco tartamudo puede despertar en el alma de alguien un cariño tierno y sencillo. Por lo tanto, el valor y la calidad del amor están determinados únicamente por el propio amante. Por este motivo, la mayoría de nosotros preferimos amar que ser amados. Casi todo el mundo quiere ser el amante. Y la verdad a secas es que de un modo profundamente secreto, la condición de ser amado es, para muchos, intolerable. El amado teme y odia al amante, y con toda la razón. Pues el amante está tratando continuamente de desnudar al amado. El amante implora cualquier posible relación con el amado, incluso si esta experiencia sólo puede causarle dolor.

Carson McCullers, La balada del café triste (1951)

lunes, 22 de noviembre de 2021

Lobos

En mis observaciones de los lobos que viven en manadas en el parque nacional de Yellowstone, en Estados Unidos, he visto que los machos que mandan no lo hacen de forma forzada, ni dominante, ni agresiva para con los que le rodean. Los lobos auténticos no son así.

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En una ocasión, había un cachorro algo más enclenque de lo normal. Los demás cachorros lo veían con desconfianza y no querían jugar con él. Un día, después de llevar comida a los lobeznos, el superlobo se puso a mirar a su alrededor. De pronto, empezó a mover el rabo. Estaba buscando al cachorro y, al encontrarlo, se acercó a estar un rato con él. Con todas las historias de victorias que cuenta Rick del superlobo, esta anécdota es su preferida. La fuerza nos impresiona, pero lo que deja un recuerdo indeleble es la bondad.

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Y otra cosa más: “En los viejos tiempos”, dice Doug Smith, “la gente decía que el macho alfa era el jefe”. Sonríe y añade: “Eran sobre todo biólogos varones los que lo decían”. En realidad, explica, en la manada existen dos jerarquías, “una de machos y otra de hembras”. ¿Y quién manda? “Es sutil, pero da la impresión de que las hembras son las que toman la mayoría de las decisiones”. Es decir, adónde dirigirse, cuándo descansar, qué ruta seguir, cuándo salir de caza. Smith dice que hembra alfa es un término obsoleto. “Yo utilizo la palabra matriarca para hablar de una loba cuya personalidad establece la tónica de toda la manada”.

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En conclusión: a nuestro estereotipo del macho alfa no le vendría mal una corrección. Los verdaderos lobos nos pueden enseñar varias cosas: a gruñir menos, tener más “discreta confianza”, dar ejemplo, mostrar una fiel devoción al cuidado y la defensa de las familias, respetar a las hembras, compartir sin problemas la crianza. En eso consistiría ser un verdadero macho alfa.

Carl Safina, Así es el verdadero macho alfa

domingo, 14 de noviembre de 2021

Tres aspectos

Foto: Hans van der Meer.
Foto: Hans van der Meer.

“Sólo inventé los detalles que no son esenciales. Todo parecido entre estos personajes y seres de la realidad es intencional y malicioso, y toda ficcionalización es accidental e involuntaria. Porque cualquier tema literario presenta tres aspectos: todo lo que el autor quiso expresar; todo lo que supo expresar, y todo lo que expresó sin querer. Ese tercer aspecto es el más interesante para el lector”.


Serguéi Dovlátov, escritor

domingo, 7 de noviembre de 2021

Niza

Ayelén se levanta. Abre la canilla de la ducha. Deja correr el agua. Va a la cocina. Agarra de un estante la taza con arabescos y pone el saquito de té. Se apura a bañarse antes de que se despierte Lucía. Ayelén prende la computadora. Lucía llora. Abre los ojos. Pide por mamá. Ayelén carga la bañera. Coloca a Lucía en el asiento. Lucía chapotea con los dinosaurios. Ayelén fuma el primer cigarrillo Virginia Slims del día con el ventanal del balcón apenas abierto. De reojo mira a su hija. Cambia a Lucía con un vestidito. Desayunan. Se sienta en la computadora. Lucía hace dibujos en la pizarra. Le pide que la mire. Ayelén se da vuelta y le dice que esa vaca está hermosa, mi amor. Se pone en cuchillas, dibuja una oveja y le da un beso a Lucía. Ayelén sale al balcón y se sienta en la silla. Se prende un cigarrillo. Mira hacia la esquina. Ve salir a la señora del 2° “C” de la mano de su pareja. Ayelén le da la última calada y aprieta el cigarrillo en el cenicero. Entra. Su hija encaja cuadrados, círculos y triángulos de un juego. Ayelén hace un llamado. Se fastidia. Lucía la choca con el monopatín. Ayelén se pone los lentes de sol. Baja a la entrada del edificio. Lucía se desliza de un lado al otro con el monopatín. Ayelén se apoya contra su auto y la mira. Le saca una foto. La sube a las redes sociales. Ayelén desearía estar de vacaciones en las playas de Niza.

Suben. El rayo de luz quiebra el departamento. Ayelén prende el aire acondicionado. Almuerzan. Lucía se recuesta en el sillón. Se duerme. Ayelén la lleva a la cama y se duermen juntas. Lucía se le tira encima. Ayelén la abraza. Cuando se despierta, Lucía le pide ir a lo de la abuela. Piensa que ya es domingo. Ayelén le dice que más tarde viene la tía. Hace otro llamado. Lucía se tira boca arriba en el piso. Ayelén cierra los ojos. Le duelen las cervicales. Mamááá, le grita Lucía. Quééé, le responde Ayelén. Lucía le pide que se siente a mirar las hojas verdes de cartulina pegadas en la pared. Las miran. Entra la hermana de Ayelén. Tíaaa, grita Lucía. Ayelén pone la pava. Charlan. Prepara el mate. Lo deja. Aprovecha y sale a comprar la comida para la noche. En el ascensor, sola, lagrimea. Pero vuelve resplandeciente. Lucía agarra una medialuna y le dice a Ayelén que coma. Sí, mi amor, le responde. Sale al balcón. Prende un cigarrillo. Apoya los pies en la baranda. Inclina la cabeza hacia atrás. El sol le brilla en la cara. Adentro, Lucía patea una pelotita con la tía. Cuando se repone, Ayelén observa que el vecino del 5° “B” sale con el auto. Agarra el celular. Su mejor amiga le escribió que si quería podía pasarse más tarde. Quizá mañana sea mejor, le dice. Lucía se va a pasear a la plaza con la tía. Ayelén prende la tele y pone un compilado de canciones de rock nacional. Ayelén se balancea frente a la tele y canta suave. Se abraza a sí misma. Lava las verduras. Pone el agua para los fideos. Se agacha, saca las compras de las bolsas y las guarda. Ordena los juguetes de LucíaQuizá fue en la mañana en que vendados los dos descubrimos cómo eran las cosas, canta Babasónicos. Ayelén corta la lista y pone un noticiero. Escucha las risas de Lucía a lo lejos. Despide a la hermana. No te olvides de hablar con papá del viaje, le dice. Le prepara la ducha a Lucía. Termina de cocinar.
Ezequiel le avisa por WhatsApp que el lunes no va a poder buscar a su hija. Ayelén no le responde, no tiene esta vez fuerza para pelear, siempre igual. Le pone el pijama a Lucía. A comeeer, le dice. Comen fideos con verduras salteadas. Lucía toma agua y se vuelca encima. Ayelén la seca rápido. Lucía come todo el plato y pide el yogur. Cómo come esta nena, se dice Ayelén. Se sientan en el sillón y cucharean el postre. Lucía deja el potecito al lado de la pecera y se tira en el sillón con la cabeza sobre las piernas de Ayelén. Lucía se despatarra y se duerme. La lleva a la habitación. Ayelén no tiene sueño. Mira el techo. Camina hasta el ventanal, lo cierra y deja el aire acondicionado prendido. Sale a fumar, pero a la escalera que conduce a la terraza, dentro del palier del quinto piso. Deja la puerta entreabierta. Prende el cigarrillo. Escucha ruidos en los otros pisos. Tira las cenizas en una tacita de plástico. El rojo del cigarrillo ilumina la oscuridad. Agarra el celular. Quizá mañana sea mejor, se dice, y entra.
Ayelén toma de la mesita de luz El arte de amar. Lee un par de frases que resaltó con lápiz. Se acuesta. Rodea a Lucía con los brazos y, poco a poco, ella también se duerme.