jueves, 31 de diciembre de 2020

Brío-vigor-vitalidad

Me gustaría seguir con esto de subir brincando las escaleras, quiero decir, seguir a ciegas, sin importarme un bledo adónde llegue. Él subía saltando todas las escaleras. Se abalanzaba por ellas. Rara vez lo vi subir una escalera de otro modo. Lo cual me lleva -oportunamente, vamos a suponer- al tema del brío, el vigor y la vitalidad. No puedo imaginar a nadie en estos tiempos (no me es fácil imaginar a nadie en estos tiempos) -con la posible excepción de algunos estibadores sumamente inseguros, unos pocos oficiales retirados del ejército y la marina y muchos chicos preocupados por el tamaño de sus bíceps-, que todavía crea en las antiguas y populares calumnias acerca de la Falta de Robustez de los poetas. Sin embargo, estoy dispuesto (sobre todo desde que tantos militares y machos cabales, amantes de la vida al aire libre, me consideran uno de sus narradores favoritos) que se necesita una cantidad considerable de auténtico vigor físico y no sólo de energía nerviosa y de férreo ego, para llegar al último borrador de un buen poema.

Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción, J. D. Salinger, 1955

lunes, 21 de diciembre de 2020

El hombre piensa sin pensar

El hombre es un ser pensante, pero sus grandes obras las realiza cuando no calcula ni piensa. Debemos reconquistar el “candor infantil” a través de largos años de ejercitación en el arte de olvidarnos de nosotros mismos. Logrado esto, el hombre piensa sin pensar. Piensa como la lluvia que cae del cielo; piensa como las olas que se desplazan en el mar; piensa como las estrellas que iluminan el cielo nocturno, como la verde fronda que brota bajo el tibio viento primaveral. De hecho, él mismo es la lluvia, el mar, las estrellas, la fronda.

Una vez que el hombre haya alcanzado ese estado de evolución “espiritual” será maestro Zen de la vida. No necesita, como el pintor, de lienzo, pinceles ni colores. No necesita, como el arquero, de arco, flecha ni blanco, ni de otros recursos. Se sirve de sus miembros, de su cuerpo, cabeza y órganos. Su vida en el Zen se expresa por medio de todos esos “instrumentos” importantes como manifestaciones suyas. Sus manos y pies son los pinceles. Y todo el universo es el lienzo sobre el cual pintará su vida durante setenta, ochenta y hasta noventa años. El cuadro así pintado se llama “historia”.

Daisetz Teitaro Suzuki, en la introducción a Zen en el arte del tiro con arco (1948), de Eugen Herrigel