viernes, 18 de diciembre de 2015

Tres tiros

No he de proferir adornada falsedad ni poner
tinta dudosa ni añadir brillos a lo que es.
Esto me obliga a oírme. Pero estamos aquí para
decir verdad.
Seamos reales.
Quiero exactitudes aterradoras.
Rafael Cadenas
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"No puedo dejar de asociar el convencimiento del enfermo de que el mundo le habla, con la pretensión de los poetas de poder leer las señales del mundo para luego traducirlas’ en ritmos y en imágenes. Y me duelo del horrible parloteo del universo en los oídos de mi hijo y de saber que lo que para mí ha sido siempre un gozoso ejercicio de inmersión en la realidad, al agigantarse en su cabeza era para él tortura infernal, fuente de miedo".
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"¿Cuántas maneras hay de suicidarse? ¿Hay más dulces, más estéticas, más románticas que otras? Las hay repulsivas, como la del que se ahorca -que no tiene en cuenta al pobre miserable que descubrirá el cadáver-, o torturantes, como la del que se toma un veneno: Lugones, que ingirió whisky y arsénico para morir, tuvo tales convulsiones que el catre en el que yacía se desplazó de un lado a otro de la escueta habitación de hotel donde se alojaba. Las hay también absurdas y dolorosas a la vez, como la del que se autodegüella, o la del que muere dándose cabezazos contra las paredes de la celda. Y orgullosas y rodeadas de rituales, como la de Mishima, que se hizo el harakiri delante de la tropa japonesa. Y hay muertes dulces, según dicen, como la del que se hunde en la nieve y muere por congelación, o la del que enciende el motor de su automóvil en un recinto cerrado y muere por asfixia. El más aséptico de los suicidios es tal vez el del que ingiere una cantidad tal de somníferos que se hunde silenciosamente en una oscuridad sin orillas. Y el más estético, aunque no menos atroz, el de aquel que entra en el agua con sus bolsillos llenos de piedras".
Lo que no tiene nombre, Piedad Bonnett, Alfaguara, Bogotá, 2013

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