viernes, 10 de marzo de 2017

El viejo y el béisbol

-Santiago -dijo el muchacho.
-Sí -respondió el viejo.
Sostenía un vaso en las manos y pensaba en muchos años antes.
-¿Puedo ir a traerte las sardinas de mañana?
-No. Vete a jugar béisbol. Yo todavía puedo remar y Rogelio tirará la red.
-Quisiera ir. Si no puedo pescar contigo me gustaría ayudarte de alguna manera.
-Ya me invitaste una cerveza -dijo el viejo-. Ya eres un hombre.

***

Se consideraba una virtud no hablar innecesariamente en el mar, y el viejo así lo creía y lo respetaba. Pero ahora muchas veces decía sus pensamientos en voz alta ya que a nadie molestaba.
-Si los demás me oyen hablando solo dirán que estoy loco -dijo en voz alta-. Pero como no estoy loco, no me importa. Los ricos en sus botes tienen radios que les hablan y les dan los resultados del béisbol.

***

-Pero los hombres no están hechos para la derrota -dijo-. Se les puede destruir, pero no derrotar.
De cualquier manera lamento haber matado al pez, pensó. Ahora vienen los malos tiempos y yo ni siquiera tengo arpón. El dentuso es cruel, capaz, fuerte, inteligente. Pero yo fui más inteligente. Quizá no, pensó. Quizá tan sólo yo tuve las armas.
-No pienses, viejo -dijo en voz alta-. Navega tu rumbo y enfrenta cada cosa en su momento.
Pero tengo que pensar, pensó. Es todo lo que me queda. Eso y el béisbol. ¿Le habría gustado al gran DiMaggio cómo le di en el cerebro? No fue gran cosa, pensó. Cualquiera podría hacerlo. Pero, ¿tú crees que mis manos hayan sido un gran contratiempo como las espuelas de hueso? No lo puedo saber. Siempre he tenido bien los talones, salvo la vez en que estaba nadando y pisé una raya que me paralizó la parte inferior de la pierna y me dejó un dolor insoportable.
-Piensa en algo alegre, viejo -dijo-. Cada minuto estás más cerca de casa. Se viaja más ligero con ochenta kilos menos.


El viejo y el mar, Ernest Hemingway, 1952
Foto: Marilyn Monroe & Joe DiMaggio.

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