viernes, 25 de mayo de 2018

Para qué y por qué se juega al fútbol

[…]

Yo dudo que en el año 2000 el fútbol sea todavía la pasión universal que aún sigue siendo, no obstante su acentuada declinación mundial.
Pero si lo fuera, confío en que para ese entonces se haya derribado una barrera absurdamente instalada entre la concepción del hombre-social y la del hombre-deportista.
De esa barrera no vacilo en culpar, como primeros responsables, a los propios intelectuales que tanto enriquecieron la vida del espíritu humano y al mismo tiempo permitieron al hombre conocer mejor al hombre. Pero con una grave omisión: la del deporte y el deportista como fenómeno etnográfico, tan cierto y tan vigente en sus riquezas y miserias como cualquiera de los personajes que desfilan por los elencos humanos de la literatura filosófica y sociológica.
Filósofos y sociólogos han tenido y tienen al deporte y al deportista un tanto relegados en la subestimación de aquellas cosas que nos parecen hechas «para jugar».
Pero entiéndase: «para jugar»... en sentido infantil, secundario en importancia a la apasionada conversación que los mayores sostienen mientras «los chicos juegan».
Digo que hago votos por el derrumbe de aquella barrera, porque pienso que, si los hombres de cultura que han enseñado al hombre común a penetrar en la vida incluyeran en tales introducciones al deporte y al deportista, no tendríamos el curioso contrasentido que seguidamente plantearemos:
1º El deporte, y el fútbol en particular, absorben la atención pasajera o permanente de un porcentaje de población mundial como difícilmente alguna de las otras atracciones humanas alcance a hacerlo en forma separada.
2º No obstante aquella realidad —que los intelectuales sólo recuerdan para deplorarla (y les doy la razón) como rasgo regresivo del hombre a la barbarie y al circo—, el hombre común (que incluye al hombre fútbol-deporte) ha sido mucho más satisfactoriamente iluminado por la filosofía y la sociología respecto de su ubicación en sectores de la comunidad que poco frecuenta, que no de la que hace a la del deporte, que frecuenta en tercer lugar después del trabajo y del amor.
3º Es así que el hombre común permanece en un estado de ignorancia mucho mayor en fútbol, en deportes, donde frecuentemente se lo ve desubicado en su misma pasión; que no en infinidad de interpretaciones de la vida y de sí mismo, donde no discuto la importancia de ubicarlo, pero que no superan los riesgos de su falta de ubicación en esa «cosa sin mayor importancia» que es el deporte, o en fin de cuentas «el juego» (sin alusión al juego como vicio de apuestas por dinero).
Esa subestimación del hecho psíquico hombre-deporte, o su desplazamiento a la órbita de las crónicas deportivas, ha contribuido grandemente el oscurantismo en que el hombre-deporte vive aún en nuestro tiempo, como si se tratara de una pasión nueva en la humanidad. Cuando lo único realmente nuevo de esa pasión, en el mundo, es su acelerada conversión en desalmado negocio del espectáculo. Aquella subestimación de los intelectuales por los deportistas abre, a su vez, y cada vez más impunemente, el camino del negocio de la noche para los mercaderes de aquel oscurantismo que cada vez más peligrosa y vehementemente fanatiza masas, siembra ignorancia, barbarie y angustia en torno del deporte, y no tanto por la intrínseca condición pasional del deporte (¿no es pasional el amor y ofrece muchas menos lamentaciones para formularnos?) que se quiere argumentar como causal de esa psicosis colectiva del enojo que acarrea la ignorancia del «porqué» del deporte.
Mucho más que por la pasión intrínseca del deporte (digamos del fútbol más concretamente), la barbarie y lo desagradable del fútbol tiene su fuente en el hecho de que el público aún no sabe para qué y por qué se juega al fútbol. Por eso es permeable a creer que en un partido de fútbol juega «el país» o «la patria».
Eso se ha dejado a cargo de los «cronistas deportivos», yo soy uno de ellos; pero lamento decir que no veo en el periodismo deportivo, y menos aún en la venalidad con que actúa para «estar en el negocio», el medio más apropiado para que, desde las verdaderas fuentes del pensamiento universal, las masas deportivas (futbolísticas) lleguen a apaciguar sus peligrosidades tangibles como apasionadas, acercándose al porqué que ignoran, sin perjuicio de seguir viviendo, pero pacífica y un poco más filosóficamente, esa misma pasión que, en sí misma, no es peligrosa ni insana; es gratísima y saludable.
Espero que en el año 2000 esta expresión de deseos acerca del trabajo de los artesanos del pensamiento no tenga motivos para ser reiterada. Si así fuera, eso daría otro motivo para que éste, mi libro, «no sirva para nada». Mucho del fútbol, y la ignorancia enorme que lo rodea maguer su enorme popularidad, estaría en tal caso mucho más claro que cuanto intenta ponerlo éste, mi libro, que, aquí lo admito, «sirve para algo» (¡ojalá...!).
En tanto, y para no dejar inconclusa mi incursión «contra» los intelectuales del mundo que suponen al deporte «un juego» (como si solamente los niños se dedicaran a «jugar»), debo confesar que lo mejor que he leído hasta ahora en libros de fútbol... han sido siempre algunos libros de sociología y filosofía.
Y esto no es ironía. Lo digo muy en serio.
Claro está: de los libros llamados «de fútbol», el mayor adversario para mi paciencia por leerlos está en que su gran mayoría tratan de ser (disimuladamente unos, descaradamente otros) algo así como Manual de instrucciones para nunca perder un partido de fútbol.
Y, obviamente, los cierro en la tercera página. Y a veces ni eso.
Ni los abro. Todavía no me asimilé a la mentalidad de los directores técnicos que dicen enseñar «fútbol de ahora» habiendo sido jugadores del que ellos llaman «el fútbol que ya no se puede jugar». Creo que el fútbol es todo jugadores, y no puedo con los manuales para no perder.
He dicho que el fútbol es una ciencia oculta del imprevisto.
¿Presuntuosa definición? ¿Irrespetuosa calificación para las ciencias todavía ocultas al ser humano?
Daré motivos para engrosar la acusación y agrego: el fútbol es el más hermoso juego que haya concebido el hombre, y como concepción de juego es la más perfecta introducción al hombre en la lección humana de la vida cooperativista.
Repito que como concepción de juego por pretexto, y como lección por finalidad. De ahí a que, como ocurre, un partido de fútbol termine en una comisaría, no es asunto que hace al juego y su concepción. Acaso sea asunto que hace a la «sin importancia» que los rectores del pensamiento universal le han dado hasta ahora viendo que «es un juego»... También un juego es el trabajo. O el amor.
Y si vemos que en un Campeonato del Mundo, unos cuantos argentinos se confabulan para tramar una farsa con reservación de los roles de víctimas, mártires y robados ellos, los verdaderos agresores, los verdaderos defraudadores... tampoco es asunto que hace al juego. Hace a la prostituida mentalidad comercial que, al giro del juego-negocio, ha cobrado forma de negocio-negocio con total desprecio del juego como negocio.

[…]

Fútbol, dinámica de lo impensado, Dante Panzeri, 1967

No hay comentarios.: