domingo, 26 de abril de 2020

Jugar de memoria

Los sábados pedía hacer “el nochero” en el colectivo. Entonces llegaba a las ocho de la mañana a casa, con una docena de facturas y el diario. Se batía el café Arlistan y, desde mi habitación, escuchaba el tictictic de la cuchara contra la taza. Yo ya tenía puestas las medias azules y blancas del Argentino desde la noche del viernes. Le salía espumoso, volcánico. Heredé esa técnica. Esas mañanas soñaba con ser futbolista. Pero mientras mi viejo leía la sección Deportes, creo que también empecé a querer ser periodista para que me leyera. Una vez escribí que el tercer domingo de junio no es el Día del Padre: que es un sábado que pide salir temprano del trabajo, vamos al Argentino, juego al baby fútbol y me compra una Coca.

-¿Pero tu viejo murió? -me preguntó el lunes Andrés Burgo en un taller de periodismo acerca de cómo narrar la pasión.
-No, no.
-...
-Está enfermo hace siete años y, desde hace cuatro, en un hogar. Y no habla, nada.

El que había hablado en pasado de él era yo. Lo suelo hacer. Y había contado que mi viejo no se había hecho hincha de Boca por su padre. Que su papá, a quien no conocí, era un tano que consideraba que lo único importante en la vida era el cemento y la tierra. Que seguro era hincha de Mussolini. Mi viejo se hizo hincha de Boca por “El abuelo de la esquina”. Así le decía a un vecino de pelo blanco y cara curtida que le había regalado una camiseta de lana de la Juventus. En ese sentido, mi viejo fue un marginal. Si siete de cada diez personas se hacen hinchas de un club por mandato paterno, él se había quedado afuera. De ese y de otros cariños.

La primera vez que fui a la Bombonera tenía once años. Fue el 12 de marzo de 2000. Lo había pedido como regalo de cumpleaños. Mi viejo, como dicta una regla futbolera no escrita, me llevó a un partido “tranquilo”. Boca-Argentinos Juniors. Ganamos 1-0 con un gol de cabeza de Alfredo Moreno. A los pocos días, el Chango le metió cinco goles a Blooming por la Copa Libertadores. Pero ese gol no lo vi desde la segunda bandeja del Riachuelo, porque fue abajo del travesaño, casi en la línea del arco. Lo de menos. Estaba impactado por el olor a meo en las escaleras, por la inmensidad del verde, por la multitud, por la cabeza de león de Maradona asomándose desde su palco. Por mis lágrimas.
La última vez lo llevé yo a la Bombonera. Fue el 27 de abril de 2014. El día anterior había cumplido 58 años. Mi regalo. Fuimos viajando. Lo hice correr desde Plaza de Mayo porque el tránsito era peor que caminar. Le ganamos 4-2 a Arsenal. Anteúltimo partido de Riquelme en el patio de su casa, su último gol. La degeneración cognitiva ya había avanzado lo suficiente como para que, al final del primer tiempo, me preguntara: “¿Para qué lado ataca Boca?”. Ese día lo cuidé como si fuese mi hijo. Que no se me escapara entre los hinchas, que no se perdiera en un acceso. Al día siguiente le conté a un amigo de humor ácido que habíamos ido a la cancha. “Lo llevaste engañado”, me dijo. “Sí -le respondí-, le dije que debutaba García Cambón”.

Carlos María García Cambón debutó ante River en 1974. Le metió cuatro goles. Inigualable. Cuando me gané una mochila de Deportivo Morón en un sorteo del programa de televisión “Aguante Gallo”, fuimos con mi viejo a retirarla a un local-set de Castelar. Estaba como invitado el entrenador de Morón, que en ese entonces era Mané Ponce. Y que había sido un gran puntero derecho de Boca a finales de los 60, principios de los 70. O sea, la niñez y la adolescencia de mi viejo. Le estrechó la mano, le palmeó la espalda y sonrió levantando el bigote y mostrando los dientes. Reaccionó igual cuando vio a Houseman. Volvía a ser un pibe. Acompañaba el saludo con una arenga: “¡René, viejo y peludo!”. Y, a los minutos, volvía a ser un hombre de pocas palabras.

Hoy es 26 de abril. Cumple 64 años. Sí, enfermó muy joven. Y hoy también cumple años Bianchi. Siempre me lo recordaba. “Qué grande, Carlitos Bianchi”. El año pasado le mandé un feliz cumpleaños por WhatsApp. Quizá porque mi viejo ya no podía responderme. Recibí un audio: “Hola, qué tal, Roberto. Te agradezco mucho tus deseos. Felicidades, Carlos”.

Camisetas de la Fiorentina y la Roma, porque ante todo el calcio. Partidos con sus compañeros de trabajo. Un casete con la grabación de la final Italia-Alemania del Mundial España 82 con los relatos de Víctor Hugo. Peleas en las canchitas. Pelotas de las promociones de Olé y Esso. La colección completa de la revista Un Caño. El dinero para el primer año en la escuela de periodismo deportivo. Además de Boca, mi viejo me dio mucho más en relación al fútbol. Todavía no tuve un hijo. Pero tengo a Mateo, mi sobrino, una relación más relajada. Mateo ya fue por primera vez a la Bombonera. A los dos años. Boca-Banfield, 29 de marzo de 2019. Ganamos 2-0. Fuimos con los padres, también bosteros.

Algún día, si se enamora del fútbol, preguntará por su primera vez en una cancha. Guardo la foto con él a upa en la tercera bandeja de la Bombonera que da a Casa Amarilla. Porque la memoria es traicionera y, también, nunca se sabe cuándo se puede perder. Casi como un partido.

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