“William se asombró al descubrir que lo impactaba que ella hubiera tenido un amante anterior. Se dio cuenta de que había empezado a pensar que ninguno de los dos existía antes de que se encontraran”.
-¿Estás bien? -le preguntó Ayelén.
Ezequiel estaba tumbado en la cama, a su lado. Miraba el techo, a un punto fijo, todavía un tanto agitado. Giró la cabeza y Ayelén le sonrió como nunca nadie le había sonreído. Hacía 48 horas que se conocían. La pregunta lo descolocó. Qué estará viendo para preguntarme de la nada si estoy bien, se dijo. Pero le respondió instintivamente: “Sí, mi amor, ¿y vos?”. Ayelén no llegó a terminar de pronunciar que “sí” antes de tirársele encima.
-No comimos. ¿Tenés hambre? -le dijo Ezequiel después, cuando Ayelén dejó de darle besos.
Eran las cuatro de la mañana. Revisó la heladera, el freezer, la alacena. Cocinó lo que pudo con lo que tenía a mano: una pizza cargada de un buen queso fresco, con orégano. Cuando la sacó del horno, Ayelén se estiraba en el sillón como una bailarina. Ezequiel apoyó la pizza en la mesita. Ayelén no tenía ni idea de lo que sentía, pero le encantaba. Todo, se dijo, incluso las “peleítas” que intuía que se vendrían.
-Siento un leve manto de nostalgia -le dijo.
-La nostalgia reciente debe tener un nombre hindú, onda kamanduki -le respondió Ezequiel.
-No existe la nostalgia reciente.
-¿Cómo que no?
-Existe la nostalgia, la que conocemos todos.
-Bueno, basta de nostalgia -cortó él. Ella le pasó los pies por detrás de la espalda y le clavó los ojos en los suyos.
-No te enojes -le dijo.
-No me enojo para nada.
-Eso dice la gente cuando se enoja.
Decidieron irse a dormir, como si hiciesen un pacto.
-¿Mañana cuando me despierte vas a estar? -la pinchó Ezequiel.
Ayelén lo miró extrañada, ahora le tocaba a ella.
-¿Querés que me vaya? -le devolvió, el tono cambiado, falsamente serio, como controlando las emociones.
-No te lo dije por eso.
Ayelén entendió que lo que había pasado, incluso lo anterior a las 48 horas en que se veían por primera vez, como que le dijese una vez a Ezequiel que tener un presentimiento es tener fe, se parecía a un sueño.
Se rió por no entenderle la ironía, justo ella, la reina con cara de mala de las ironías.
Se durmieron abrazados.
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