Es el comienzo del fin de la posibilidad de perder con River y llorar en La Bombonera.
Los jugadores ya están en su campo. Los ojos llorosos, las caras hinchadas, las espaldas quemadas. Bengala y gas pimienta. Socios del club y policías. De pronto, un canoso de traje y corbata corre con otros detrás: es el presidente Rodolfo D'Onofrio. Arriba de las cabezas, sube y baja un dron con un fantasma de la B. Leonardo Pisculichi le tira un pelotazo para bajarlo. Le erra. Hay dos barras bravas en el estadio, una en cada bandeja media. Ha pasado un primer tiempo en el que Boca se dedicó a tirar envíos de guión: de Guillermo Burdisso y Daniel Díaz a Cristian Pavón y Federico Carrizo, con Fernando Gago con el llanto y la queja a flor de piel, con Pablo Pérez tirándose con los pies para adelante cuando el árbitro ya había cobrado falta. La respuesta a las patadas y a las faltas de River en el Monumental son patadas y faltas. Boca pierde uno a cero, y antes de que la manga sea nuestro Vietnam, en general, se hablaba en las tribunas de por qué Nicolás Lodeiro en el banco, de cómo entrarle a las gallinas, de qué debía cambiar el entrenador Rodolfo Arruabarrena.
Al pedo. Porque la histeria de la trilogía de superclásicos llega al colmo.
En el banco apantallan a Leonardo Ponzio. El equipo de Boca hace el acting: los jugadores se mueven, pican, se posicionan. Roger Bello, el carcamán de la Conmebol, entra en la escena de circo para decidir si continúa el partido. A su lado, el hombre de la chalina blanca: Jorge Antico, el gerente de Torneos y Competencias, la productora dueña del show televisivo de la Copa Libertadores. Los hinchas, de a poco, enfilan para la salida. Antes, incluso, de que la voz del estadio anuncie la suspensión. Sentido común. Abajo hay más policías, bomberos, seguridad privada, más dirigentes. Por el borde cercano a la platea camina el vicepresidente segundo Juan Carlos Crespi, la campera de cuero de Tony Soprano. Todo menos un partido de fútbol. Pasan los minutos. El presidente Daniel Angelici se refugia en la manga. Si sale, lo putea la cancha. Menos la barra brava.
La delegación de River intenta salir por el túnel hacia el vestuario visitante. Botellazos desde la platea de copetudos, desde el lugar de los tipos que pagan miles de pesos. Los imitadores de barrabravas. El hincha es lo más sano del fútbol.
Ahora, mientras escribo, leo un zócalo en el programa Estudio Fútbol: "¿La vergüenza más grande del fútbol argentino?”. ¿Las muertes en el fútbol argentino? La hipocresía y la exageración de la prensa que, después, se lava las manos.
Como los futbolistas. Arruabarrena sale junto a Marcelo Gallardo y los jugadores de River esquivando las botellas. Sus dirigidos le dan la espalda. Agustín Orion, el Capitán Escarlata de Angelici, pega un par de gritos y el plantel saluda a La Doce. No a los cuatro costados. Gago y Orion. Los referentes post Juan Román Riquelme. Los que se deglutieron a Carlos Bianchi. El jugador es lo más sano del fútbol.
Nos quitamos hasta la experiencia del dolor. “El fútbol siempre da revancha -dijo el escritor bostero Sergio Olguín-. La estupidez no”.
Foto: Mariano Vega.
sábado, 16 de mayo de 2015
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